Los neoliberales y neoconservadores se hicieron con el poder
económico y financiero a partir de la década de los ochenta. De la noche a la
mañana derribaron el muro de Berlín y comenzaron a globalizar este pequeño
mundo. Una de sus misiones fue despojar a los tradicionales Estados de su
riqueza y de sus empresas públicas, con el consabido eslogan de que lo privado
es más barato y más rentable. Despojar a esos grandes Estados de su capacidad
de interacción en la economía y despojarles de su soberanía tan solo les supuso
unos pocos años y era el primer paso para desmantelar términos como “Estado de
Derecho”, “Cohesión Social”, "Estado del Bienestar" y con ellos, llegar al fin de la “Democracia”.
Tras una treintena larga de años, esos Estados-Naciones ya no
tienen otra cosa que deudas colosales que jamás podrán ser pagadas y que
mantendrán a generaciones enteras subyugados a su pago. Estos pueblos aún
soportan estos últimos ocho años de crisis planificada, impuesta y obligada con
una resignación digna de la mayor de las alabanzas. Pero ellos, los fieles a
esa nueva realidad del mercadeo como medio y fin, continúan exigiendo más
ajustes porque exigen que las deudas, por ellos creadas e impuestas, les tienen
que ser devueltas. Y continúan las pérdidas de prestaciones públicas, las
subidas de impuestos, las bajadas de salarios, las pensiones ridículas e
insuficientes y la pobreza que nos mira de frente y desafiante.
Jamás en la Historia sufrió tanto este mundo. La
globalización no acercó a los pueblos sino que los expolió aún más. África se
desangra en cruzar la frontera que la separa de una Europa en retroceso y
bancarrota. Asia, convertida en la fábrica fácil del mundo, no soporta ya los
costes medioambientales provocados ni tiene compradores para su enorme
producción. América del Sur chantajeada por las oligarquías de siempre que les
impiden cualquier despegue. El Oriente Próximo desangrándose en guerras
obligadas donde vender el armamento que otros fabrican.
Tras esos treinta años, ese neoliberalismo ha demostrado cuáles
fueron y son sus planes: saquear al mundo, destrozarlo, hacerlo inviable. Convertirlo
en una pocilga global que terminará por estallar con tanto metano suelto.
De nada sirvieron las conferencias internacionales, ni las
Naciones Unidas, ni los G-8, ni los 10, ni las ONGs, ni la madre que los parió
a todos.
Lo inmediato, es que nuestros hijos no tendrán trabajo. No
serán necesarios para producir lo preciso para todos. Dicen que el 50% de los
puestos actuales desaparecerán.
Nos venden un mundo transhumano, un mundo donde la tecnología
ya no será proveedora de mano de obra sino todo lo contrario. Habrá más
desempleo, mayores desigualdades sociales, mayores cotas de pobreza en este
desolado mundo. En algunas películas lo anuncian y nos quedamos tan felices e
impasibles. No tenemos ni idea de lo que nos tienen preparado. Algunos piensan
que esa nueva tecnología les hará eternos y que podrán vivir para siempre,
gracias a su infinito dinero. Lo que les pase a los demás o este planeta les
importa bien poco, antes cumplir su sueño de ser inmortales. Y eso aunque sea
encerrados en “Guetos Súper VIP”. ¡Mala pinta tiene este futuro, si el chip no
lo cambiamos!
Pensaran así aquellos que creen que la Humanidad son ellos y sus ayudantes. No son conscientes de que ellos no son depositarios de absolutamente
nada, si exceptuamos el dineral que nos han estado robando gracias a sus
ingenierías financieras y estafadoras donde las haya. Están enfermos.
Para paliar los efectos, ensayan con rentas básicas con las
que contener el desánimo social y su natural y lógica rebeldía. Pero no podrá
ser suficiente. Habrá algo más escondido en la recámara de esta arma de
destrucción masiva en la que estamos, si no tomamos conciencia de la situación.
Esa tecnología es inadecuada con el sistema que la ha creado.
Por eso hay que cambiar ese sistema. No conoce de barreras y es accesible a
todos y además no se le puede poner precio. Y eso les jode. Porque en su
maniqueísmo ideológico “todo ha de tener un precio que alguien ha de pagar, le
cueste lo que le cueste”. Y no tiene por qué ser así. Ese paradigma debe ser
resuelto y no ha de ser difícil. Es cuestión de generosidad y de alguna virtud
más, de esas de las que nos hemos ido olvidando. Y también de un cambio mental
que rompa con milenios de esclavitud y servilismo.
Si el salto tecnológico se ha producido, debiera ocasionar el
salto cultural correspondiente que haga posible la conjugación. Nuestros más
inmediatos antecesores trabajaron muchas más horas de las que hoy empleamos
para hacer lo mismo. Bajamos, en pocas décadas, de 16 a 8 horas y podemos,
debemos, seguir bajando hasta las justas que sean necesarias. Que el axioma
este del trabajo como el instrumento a través del cual se obtienen los
derechos, ha de cambiar. Si el salto tecnológico está aquí, pongámoslo al
servicio de todos los seres humanos y que éstos lo disfruten como mejor les
parezca. Una Humanidad liberada del trabajo como esclavitud, es una nueva
concepción, como dejar de pensar que la Tierra es plana. Es un salto que se
produjo gracias a la tecnología. Hoy, esa tecnología puede procurarnos ese otro
gran salto evolutivo. Siempre y cuando los banqueros sean puestos a buen
recaudo, ¡Claro está!