A España ha vuelto la vieja
esperanza de acabar con ese ancestral régimen que tan hipotecados nos ha
mantenido y mantiene desde hace siglos. Esas hipotecas que aún arrastramos
sobre nuestras espaldas nos fueron impuestas, siempre, por la fuerza de las
armas. Nunca el pueblo (siempre desarmado)
fue capaz de liberalizarse de ellas. Incluso llegaron a montarnos una
guerra civil –entre hermanos- bendecida como una nueva cruzada, aunque de éstas
hubieran transcurrido siglos y siglos, en concreto desde el XIII. Y su vencedor
paseado bajo los palios más sagrados de esa fe hipócrita y falsa, más
preocupada de sus negocios que de mantenerse fiel a los principios de su
principal figura y de la que tan lejos están.
La cuestión es nuestra
reciente historia, desde la vuelta del verdadero y único felón –el rey Fernando
VII- que no ha sido más que una continuidad con los regímenes feudales y que nos
han impedido sacudirnos del Medievo más oscuro y retrógrado. Nos siguen
gobernando esas viejas castas, aunque ahora lleven trajes y corbatas y coches
de alta gama. Más de doscientos años de penas y tristezas para un pueblo que no lo merece.
Así, este viejo y cansado
País no conoce del respeto sino del miedo, como tampoco conoce del bienestar de
una sociedad moderna, ni de la libertad, ni del esfuerzo, ni de la
responsabilidad común, pues se sabe chantajeado, esquilmado, robado y en
completa desigualdad, donde aquellos que mantienen verdaderamente el poder solo
se ocupan de mantener sus privilegios, regalías, prebendas y derechos auto otorgados
por la gracia de un dios que nadie ha visto ni conoce y de las armas. Son rápidos
y ágiles en socializar las pérdidas y en privatizar para ellos las ganancias,
en hacer que la justicia les sea del todo favorable y en que el perdón solo les
alcance a ellos. Y así han pretendido hacer Nación, por la fuerza de las armas,
nunca por la solidaridad ni el esfuerzo común ni el respeto a sus iguales,
siempre marcando su superioridad de clase, su designio por la gracia de ese
dios. Ellos arriba y el pueblo agachando el lomo y a callar, sin rechistar. Su
bienestar a costa del malestar de la mayoría. Su máxima secular.
El caso es que ya va siendo
hora de poner a este viejo y cansado País y a sus gentes a la altura que se
merecen. Por dignidad y por respeto. Hay que revisar todo aquello que huela a
naftalina y a cerrado. Hay que abrir las ventanas y que el aire limpio circule
fácilmente. El trabajo de los españoles, las ganancias, las plusvalías de su
esfuerzo no han de ir a las mismas manos de siempre. Que subir el SMI de 745 a
900€ no ha supuesto la quiebra económica del País, como tampoco lo supondrá
subirlo a 1.200 en esta legislatura porque, aunque largo es el plazo, nadie
puede vivir decentemente con esa cantidad, nuestros jóvenes no pueden
independizarse ni crear sus propias familias con esos salarios. Que los
trabajadores de la función pública no pueden ser los únicos trabajadores
privilegiados porque tengan unos sindicatos muy buenos y unos políticos
temporales que entran y salen y necesitan de sus votos. Que los trabajadores de
las empresas concesionarias sean unos sucedáneos de aquellos y que la gran masa
laboral de este viejo y cansado País sea la que apechugue con todos los pagos y
todos los débitos. Que la máxima aspiración de nuestros jóvenes sea acceder a
la función pública dice mucho de nuestra realidad. Que así no se hace ni País
ni Nación, que así no seremos competitivos en la vida y vendrán otros a engullirnos
desde los pies a la cabeza y, además, nuestra irrelevancia mundial será nuestra
desaparición como Nación, como País e incluso como Estado.
Es necesaria una catarsis
del funcionamiento de nuestro País. Hay que revisar nuestras instituciones
públicas, nuestras empresas, nuestros modelos, nuestros sistemas, nuestras
universidades, colegios y organismos privados. Es del todo necesario sacudir
las caspas que solo han sabido crear una capa mugrienta, que son inoperantes y,
además, extractivas sin coherencia ni sentido, más allá del interés propio para
mantener un status que no merecen y que es decimonónico y contrario al espíritu
que una Nación ha de defender.
No será fácil, eso es
verdad. Pero es del todo necesario el comienzo de ese nuevo orden, de ese Nuevo
Régimen, donde las generaciones futuras puedan tener este espacio común donde
respirar y disfrutar de su vida, de su esfuerzo y de su responsabilidad, de su
libertad y de su sentido de pertenecer a una Nación que los respete, considere
y aliente y no lo que hasta ahora hemos tenido nosotros. Que se guarden las
armas para siempre los privilegiados y vean las cosas con una mayor amplitud de
miras, sin falsas dádivas divinas. Es mi sincero deseo para un País, para una
Nación que necesita de un futuro en igualdad y generosidad, donde todos, sin
excepción, se sientan protagonistas. Y si no somos capaces de revertir ese
viejo régimen que nos mantiene asfixiados e impotentes, cierren y apaguen, que
este País, que esta Nación llega a su fin.