¡Menos
mal!
Me pidió mi amigo y
compañero de letras, Jesús Pons, que escribiera algo relativo al Mar Menor con
el objetivo de recoger en un libro todas las opiniones, pareceres y vivencias
que en relación a ese entorno natural único, hubiéramos sentido en nuestras
vidas todos aquellos que participamos en la confección del mismo. Me pongo a
ello.
Mi primera experiencia tuvo
lugar en la que fue la única vez que mis padres decidieron ir a veranear unos
días a Los Nietos. Tendría yo unos cuatro o cinco años y estamos hablando del verano
del 1962 ó 63. Mi padre alquiló una de las barracas de madera, que sobre la
arena tenían instaladas para ese fin, y con su moto de 125cc., una preciosa y
elegante Rondine Sport, nos fue llevando en ella, trastos aparte, desde nuestra
casa de la C/ S. Isidoro, 33 (Por cierto, la casa donde nací una fría
tarde-noche del 31 enero de 1958) en el poblado de la refinería en el Valle de
Escombreras, y, como les decía, nos fue llevando como pudo a los siete que
éramos de familia. Entonces podían ir a bordo tantos como pudieran ir sujetándose
unos a otros, apiñados y sin casco. De aquella experiencia veraniega, dos cosas
se me grabaron de forma inmediata y nunca las he olvidado. La primera, que el
suelo de la barraca era la propia arena. Estábamos en primerísima línea de
playa, y en el centro de habitáculo, colgando del techo, caía una bombilla
desde el propio cable que la alimentaba y que, sin tulipa alguna, era la única
luz nocturna de la que disponíamos. Tenía que ser de 100 vatios, como poco,
porque deslumbraba un montón. El otro, el segundo recuerdo, reparaba en que día
sí y día también, mi padre tenía que desinfectar, con alcohol ardiente, una
aguja de costura con la que intentar extraerme los trozos de cristales y las púas
de los erizos que se incrustaban en las plantas de mis pies bajo aquella
intensa y desagradable luz. No recuerdo llantos, aunque supongo que no sería muy
agradable que te estuvieran hurgando zona tan sensible y ya herida. En fin,
creo que fueron solo quince días y que pasaron pronto.
Mi madre, que tuvo que
trabajar sin descanso en aquellas cortas vacaciones, dijo que así nunca más,
las condiciones eran, incluso para aquellos años, tercermundistas, y nunca más volvimos.
Menos mal que para las mañanas de los domingos de aquellos veranos y años, la
refinería nos ponía una guagua que nos llevaba, a todos los pobladores que
quisiéramos, hasta los Parales en Escombreras, donde disfrutábamos lo que no
está dicho. El Puerto de Escombreras aún era accesible al baño y veíamos peces,
pulpos, estrellas y caballitos de mar junto a nosotros. Nos tirábamos desde las
rocas y desde un espigón cercano y las aguas eran cristalinas y frescas. Pronto
nos hicieron las piscinas en el poblado y el aumento de industrias condenó
aquella zona portuaria como lugar de baño, hace décadas que ya no hay peces ni
caballitos ni estrellas de mar, ni pulpos y la guagua que conducía el Sr.
Faura, dejó de ir.
Centrándonos en el objeto de
este relato, les diré que nunca me gustó el baño en el Mar Menor, siempre
fueron aguas demasiado calientes para mi gusto y para que te cubriera algo tenías
que andar y andar y en el fondo había muchos restos calcáreos de almejas y
caracoles marinos. Más me gustó siempre el mar abierto y bañarme entre rocas,
sin la, para mí, incordiante arena.
Independientemente de los
particulares gustos y pareceres, lo importante es la existencia de ese Mar
Menor. De cómo la Naturaleza, con todas sus circunstancias, supo crear tan
singular espacio, tan bello como paradigmático y tan escaso en otros lugares de
este mundo. A nuestra Naturaleza le llevó miles de años darnos tan único paraíso
de mar y dunas y ahí ha estado sirviendo de fuente de vida a especies de
animales y plantas y a nosotros también. Todo ese ecosistema siempre estuvo en
la corriente de mantener el equilibrio perfecto desde un punto de vista
ecológico y medioambiental. La vida discurría y la belleza paisajística hacían
de él un enclave modélico, envidiable e incomparable para su preservación y
para el disfrute todos los veranos de propios y visitantes. Un lujo disponible
para todos.
PERO
LLEGÓ EL HOMBRE DÍSCOLO…
…Y a finales del pasado
siglo XX comenzó a joderlo todo. A este hombre del progreso, que solo le ha
interesado e interesa el beneficio económico y particular de sus empresas, primero
le pareció interesante construir a destajo, y en todas sus orillas crecieron y
crecen edificios, casas, carreteras e infraestructuras mil. Y en solo 60 años,
ese hombre del beneficio financiero ha sido capaz de cargárselo todo sin la
menor contemplación ni mayor arrepentimiento. Y lo hizo con un devorador
despliegue constructivo y sin sentido alguno para una estética urbana mínima,
respetuosa y sostenible con el paisaje natural circundante. Han sido seis
décadas de esquilmación de esos recursos naturales, primero con esa desaforada
construcción y en los últimos 30 años, con la agricultura intensiva. Pusieron
su vista en el Campo de Cartagena que bordea a todo ese Mar Menor. No fue respetado
ni suficiente saber que la Naturaleza había considerado esa zona como de secano
y que por algo lo habría hecho así. Trajeron el agua con el Trasvase del Tajo y
esa amplísima llanura comenzó a verdear, reportando mucho dinero contante y
sonante y a destajo a una minoría que, a día de hoy, son en su mayoría de
intereses foráneos. Se vuelve a repetir la vieja historia: Vienen capitales
extranjeros, explotan los recursos hasta agotarlos y, hecho el negocio, se
marchan y ahí te dejan un berenjenal del que nadie se hace responsable. Es
aquello de la privatización de los beneficios y la socialización de las
pérdidas.
Con esa abundante agua modificaron
la fisonomía del entorno. Eliminaron los aterrazamientos que durante cientos de
años otros hombres habían diseñado para retener las escasas aguas de lluvia y a
las propias tierras. Ahora ya no eran necesarios, porque se había cambiado de
un modelo con escasez de agua a una agricultura intensiva y los tractores y
demás maquinaria no debían contar con obstáculos y sí de parcelas amplias. También
variaron los cursos naturales de las ramblas según a la conveniencia de esa nueva agricultura y a la
de las nuevas construcciones.
Actualmente, con esas modificaciones, las
tierras junto a los vertidos de tanto regadío y sus residuos de plásticos,
pesticidas, herbicidas, nitratos, abonos súper nutritivos vierten fácil y
alegremente al Mar Menor, colmatando y matando sus fondos y su vida. Las
consecuencias son mortales para la laguna salada. Y no han sido las cremas
solares las causantes del desastre. Tanta agua ha hecho subir el salobre
acuífero cuaternario que, al encontrarse a la misma cota de ese mar y que, con
la aportación de esos desechos, provocan el aumento del fitoplancton e impide
la llegada de la luz solar. De esta forma, las plantas del fondo mueren y el
agua se hace verde, como ocurre en las antiguas balsas de riego en las que las
ranas y los sapos celebran sus ágapes nocturnos y los insectos proliferan que
da gusto entre las babas.
En nombre del mayor de los
cinismos y de la ignorancia, que es muy atrevida, le echaron la culpa a los
últimos procesos climáticos, pero estos, lo único que han evidenciado es la
hecatombe que se ha venido fraguando artificialmente en el Campo de Cartagena
en las últimas décadas, con la agricultura y la ganadería y, en las riberas de
ese Mar Menor, con una híper construcción sin ton ni son.
Si acaso, estas llamadas
ahora DANAS sean la respuesta de la propia Naturaleza a tanta agresión por
nuestra parte. Sean la defensa al despiadado ataque que le hemos y estamos
haciendo. Sea que la guerra ha sido declarada porque la verdadera política y la
verdadera economía han fracasado. Sea que el más fuerte saldrá vencedor y que
serán otras DANAS, que están por venir, y que perderemos en todos sus embates,
pues la Naturaleza es mucho más sabia que todos nosotros juntos y cuenta con
armas mucho más eficaces para restablecer ese orden que nosotros hemos destrozado
y, por desgracia, no solo aquí.
En este punto, en el de la
transformación de estas tierras de secano a unas de regadío intensivo, tiene
mucho que ver la renuncia de la ciudad de Murcia a seguir siendo la Huerta de
Europa. Esta ciudad de Murcia, con su hegemónico empoderamiento gracias al
Estado de las Autonomías y haciéndose la única capital –la provincial y
autonómica- prefirió convertirse en una gran ciudad de servicios, superpoblada,
súper edificada, súper asfaltada, súper contaminada y súper centralizadora de
todos los recursos, antes de que se les continuara conociendo y llamando como huertanos
o barrigas verdes, como si tales términos fueran ominosos y/o degradantes.
Quizá fuera una forma de resarcirse, inconscientemente o no, de un ancestral
complejo de inferioridad, del que, por otro lado, nadie más que ellos tienen la
culpa. Optaron por ello y negaron todas las circunstancias y privilegios que la
Naturaleza les otorgó gratis y que tan bien supieron desarrollar y aprovechar
los árabes que vieron allí un vergel al que aportaron todos sus conocimientos y
del que tanto se orgullecían. (En esa Vega del Segura, les sobra agua y hasta
llegar a Guardamar, la tierra tiene suficiente recorrido para filtrar los
desechos que genera la agricultura y llegar mucho más limpia al Mar Mayor) Eligieron
y decidieron en convertirse así en lo que están siendo, en un lugar inhóspito,
saturado y despilfarrador de recursos. Hoy, Almería es ya conocida como la
Huerta de Europa. ¡Menudo negocio han hecho! ¡Menudo negocio nos han hecho a
nosotros!
Otro punto muy importante a
considerar en todo este proceso degenerativo del Campo de Cartagena y su Mar
Menor, es la cuestión de la sierra minera de Cartagena-La Unión. Desde que a
principios del pasado siglo XX acabara la explotación de la misma –iniciada
desde la llegada de los romanos- nunca se hizo ni el más mínimo intento de recuperarla
ecológica y medioambientalmente con el rigor y la seriedad necesarias, pudiendo
reconvertirla en un excelente reclamo turístico, cultural y arqueológico. No
olvidemos a la hermosísima bahía de Portmán, que aún hoy sigue sin ser
recuperada, pese a los millones que se llevan invertidos en una regeneración fallida
que nunca termina y los millones que no se ingresan por no disponer de un
espacio natural como ese, que podría ser un enclave turístico de primer orden
si se hicieran las cosas bien y no se estuviera barajando la construcción,
justo a su lado, de un macro puerto de contenedores en El Gorguel. Cosa que pudiera
producirse, porque siguen dirigiendo los mismos mercaderes-tenderos de siempre
y políticos de poca talla para los que su único interés es el dinero rápido y
contante y el puñado de votos con los que mantener la poltrona política. El que
venga detrás que arríe, como tan bien saben hacer desde hace demasiado tiempo y
como la tozuda realidad no está demostrando.
Repitamos: la privatización
de los recursos y beneficios y la socialización de las reparaciones y pérdidas
que aquellos provocan a su paso y, eso, si llegamos a reparar y que, de
momento, no se ha hecho, ni visos de que se hagan algún día.
Pues bien, esta sierra
minera es causante de escorrentías de lixiviados cargados con metales pesados:
cadmio, plomo, arsénico, amoníaco, hierro y sales de todo tipo, que también desembocan
en el Mar Menor y Mayor a través de ramblas y filtraciones subterráneas. Añadir
la situación de las propias instalaciones mineras, que continúan degradándose
día a día y que no han sido objeto de ningún tipo de regeneración o clausura
alguna, con residuos altamente contaminantes en sus recintos y peligrosos para
aventureros y senderistas. Décadas y décadas de abandono, de desidia, de
dejación y de muerte en toda esa sierra y aledaños.
Esta no es una cuestión
menor, pues parte de esos metales se han encontrado en analíticas de sangre y
orina en niños y mayores que residen en poblaciones de esa sierra. Porque no
todo transcurre por el suelo, los vientos también actúan y elevan a la
atmósfera partículas que terminan por ingresar en nuestros organismos por el
simple y vital hecho de respirar. Otro atentado al medio natural, a su esencia,
su supervivencia y, por ende, a la nuestra.
Mi opinión sobre el Mar
Menor es trágica, deplorable si quieren, pero es muy sincera y real y sepan que
lo siento muy profundamente. Creo que nuestra joya medioambiental ha alcanzado
una situación catatónica y se está muriendo lentamente pero de forma inexorable.
Estoy convencido de que no va a ser posible recuperar su estado original,
porque la obcecación y los particulares intereses de unos pocos no lo
permitirán, como tampoco las competencias de las incompetencias de tantas
administraciones repletas de burocracia inoperativa y costosísima. Vendrán más
DANAS, más medicanes (ciclones tropicales del Mediterráneo) a quienes echarán
las culpas de los desastres que están por venir y la triste y penosa desaparición
de un enclave que fuera maravilloso y único. Porque para revertir esta
situación, además de tantos y tantos estudios infructuosos, es necesario el
sentido común, la generosidad y la sensatez y, además, hace falta mucho dinero,
mucho, más aún y no lo hay disponible. Y lo más grave: El tiempo se ha pasado
y, como decía más arriba, la guerra ya está declarada y la ganará quien más
fuerza tenga…
… La gran perjudicada de
todos estos procesos mencionados no es otra que Cartagena y su Comarca del
Campo de Cartagena (Que incluye al Mar Menor) Sus habitantes, todos los de esta
gran comarca, han sido vilmente expoliados y hoy nos han dejado con muy pocos
recursos para afrontar un futuro inmediato que se presenta muy negro. Han
sabido destrozar todo nuestro hábitat y a esos capitalinos no les hemos
interesado nunca. Nos han arrebatado todo, incluso han pretendido acabar con
nuestra idiosincrasia haciendo suyo lo que siempre fue nuestro. Nunca quisieron
otra luz más allá de la suya y la están consiguiendo apagar, por cierto, con
mucho acierto. Políticos y empresarios locales de esta Comarca del Campo de
Cartagena ciegos y obedeciendo consignas que no son las suyas. Ciudadanos y
colectivos adormecidos y engañados incapaces de reaccionar ante una situación
tan caótica como predecible. Un conjunto
de elementos diversos ya desarmados y complacientes con su propia extinción.
Así de claro lo han de tener y, si no, miren a su alrededor y me cuentan qué es
lo que ven y qué futuro nos espera.
Aquí lo único que crece y
prospera es un término municipal, los demás, los otros 44, lo alimentamos, cada
uno perdiendo en su justa medida o más y en favor de ese monstruo que todo lo engulle
y devora.
El Mar Menor es la última
parcela que quedaba de la Comarca Natural del Campo de Cartagena objeto del
pillaje y desmantelamiento de sus valores y recursos naturales, de los que toda
la zona han estado sometidos, con el único objetivo de empobrecer a todas sus
poblaciones y habitantes. Una de las tácticas más empleadas en el Medievo para
ganar batallas consistía en el asedio. Se sitiaba el castillo impidiendo la
entrada de víveres y recursos y una vez que fueran agotados los almacenados en
su interior, solo quedaba la rendición del mismo. Algunos sitiados pedían y
rogaban clemencia pero de nada les servía porque, la más de las veces, eran
pasados por la piedra. Solo los más valientes optaban por auto inmolarse en sus
recintos, dando, por lo menos, algo de dignidad al tema y pasar a formar parte
de la historia.
Entiéndanlo así, esta
milenaria comarca ha sido como uno de esos castillos sitiados, la han despojado
de todos sus valores y hoy los recursos están agotados y muchos ya hicieron las
maletas y otros las van a hacer muy pronto. Así de duro y de crudo.
Dicen que “Todos amamos el
Mar Menor” pero es mentira, cuando algo o alguien es querido se le cuida y
hasta se le mima. Pero vista la realidad, el título es para quedar bien y para
que nos auto conformemos con la pérdida de la gran joya de este enclave
moribundo, con la última que nos quedaba.
En resumen, para mí, Cartagena
y su Comarca han sido objeto de tres elementos claros:
1.- Acción: PILLAJE (Robo o
saqueo realizado con violencia aprovechando un descuido o la falta de defensa,
especialmente el llevado a cabo de forma colectiva)
2.- Reacción: NINGUNA
3.- Repercusión: DESOLACIÓN
(1.- Sensación de hundimiento o vacío provocada por una angustia,
dolor o tristeza grandes 2.- Ruina y destrucción completa de un edificio, un
territorio, etc., de manera que no quede nada en pie)
¡Viva Murcia, su autonosuya
y sus 38 años de saqueo todo poderoso!