Este planeta, esta tierra, que tanta suerte tenemos de poder
pisar, es el único y el gran tesoro que tenemos, que nos pertenece a todos y
que no es comparable con ningún otro tesoro conocido, porque todos aquellos que
han sido producto de la mano del hombre han ido contra él mismo y contra el propio
planeta. No hay especie animal o vegetal que haya ido contra su hábitat, más
bien todo lo contrario, lo cuidan y respetan y, sin embargo, se les reconoce
como especies inferiores; mientras que la nuestra, la superior, no ha hecho
otra cosa que ir en contra, no ya de su propio hábitat sino, también, el de
todas las demás especies. Recordemos, para mayor indignidad nuestra, que
ninguna de esas especies inferiores ataca a sus congéneres, solo lo hace la
especie superior, o sea, nosotros, los que encima nos hacemos llamar HUMANOS.
Y humanidad,
humanidad, lo que todos llegamos a entender por humanidad, es bien poca, a
pesar de contar con más de 7 mil millones de almas y sus correspondientes
auras.
Aquellos dioses (Que no Dios, si lo hay, porque de haberlo,
de esto no se ocupa, que bastante tendrá con mantener en su justo lugar a tanto
planeta y a tanta estrella y que no se le vaya todo como un castillo de naipes)
que tuvieron la osadía de crearnos a su imagen y semejanza, se podían haber
esmerado un poco más y, en el proceso de perfeccionamiento de nuestro ser,
eliminado también todos los aspectos que nos hacen tan negativos hacia cuanto
nos rodea. El caso es que no debe ser fácil crear una criatura a imagen de
quien tiene la capacidad de hacerlo. Nosotros comenzamos hace años con los
clones, que ya es algo; hemos avanzado en la creación de vísceras y tejidos a
partir de células madre; inseminamos artificialmente y hacemos todo tipo de
conjugaciones con los óvulos y los espermatozoides buscando seres más perfectos
y al gusto de quienes sean los progenitores o científicos. Las investigaciones
continúan y pronto no será necesario ningún útero materno que por algo se
crearon las incubadoras. Jugamos también a ser dioses, aunque aún menores.
Al final van a tener razón los antiguos griegos y romanos
porque ellos no eran monoteístas sino politeístas. Y quizá estuvieran mucho más
cerca de conocer más sobre la verdad de nuestra existencia que nosotros tres
mil años después y hasta es posible que tuvieran contacto directo con ellos a
través de sus Oráculos, Eneidas, Odiseas e Iliadas. A nosotros, para alejarnos
de ese conocimiento, se nos vendió como fábulas, mitos y leyendas, cuando,
estoy convencido, no eran más que la realidad de sus vidas y experiencias.
Todas esas civilizaciones de todos los rincones del globo coinciden en esos dioses
de carne y hueso que bajaban de los cielos o que, incluso, cohabitaban con
ellas. Hemos de reconocer, los criados bajo la costumbre católica, que también somos politeístas
porque eso de la santísima trinidad (Padre, hijo y espíritu santo) ya me dirán
a qué responde sino es a un politeísmo como cualquier otro. Disponer de un solo
dios trino, como que no nos ha ayudado en mucho. Tanto poder en uno solo o en
los triunviratos, se ha demostrado siempre que no es bueno, todos terminan por
creérselo, comenten barbaridades y acaban rompiendo la baraja. Además ya se
alzan voces de que todo es falso –Nuevo Testamento- y aportan todas las pruebas
que han sabido recoger en sus investigaciones y coinciden sus argumentaciones
con la intuición de tantos, en tantos siglos de oscurantismo y obligado
silencio o gratuita muerte.
El caso es que nuestro mundo está basado en demasiados
cuentos chinos y mientras no rompamos con ellos, nos seguirán contando más
cuentos. Va siendo la hora de exigir la verdad porque sólo conociendo ésta
podremos decidir lo que nos conviene como especie inteligente. Porque estar a
las expensas de no sé cuántas especies alienígenas nos hace ser los blancos de
sus dianas y desconocemos qué implican sus dianas. Conociendo la verdad de
nuestro origen y existencia podríamos sacudirnos de tanta nefasta religión que
tan solo nos han conducido a luchas y guerras fratricidas por cruces, medias
lunas o unos huevos fritos.
Sabiendo esa verdad podríamos tomar partido o bien por unos o
bien por otros, según nos convenga a nosotros y no a ellos. Es una forma de
intentar alcanzar la mayoría de edad para aceptar la responsabilidad de nuestro
destino como raza. Dar el salto. Salir de este cuento para niños que ya dura
demasiado. Así, podríamos entender
cuánto vale la vida de un semejante y cuánto esfuerzo habría que hacer por
conservarla. Exijamos conocer la verdad y desterremos toda mentira
malintencionada. En eso debiéramos emplearnos, que ya nos vale.
Dejaríamos tanta tecnología inversa y tanto rodeo, iríamos directamente
a la fuente, permitiendo que este planeta pueda seguir vivo y conociendo cuáles
son en realidad los riesgos y los peligros de nuestra existencia; cuáles las
razones de tanto crimen sin sentido; cuáles las verdades y cuáles las mentiras.
Porque eso del libre albedrío está muy bien, pero un libre albedrío bajo el
continúo engaño no parece que sea lo más adecuado para ejercerlo. Deja de ser
libre albedrío para convertirse en una cruel pantomima.
Todo eso y más si consiguiéramos desembarazarnos del reparto
del que somos objeto. Pues, parece ser que unos apoyan a unos y otros a otros y
así este lío no hay quien lo entienda. Que este pequeño planeta se mantenga
dividido y sujeto a los intereses de unos y otros no nos hace ningún bien. En
ese desconcierto, en esa incertidumbre, en esa ignorancia de lo que realmente
sucede, los que conocen, son los únicos que cumplen sus objetivos y éstos puede
que no sean del todo éticos ni morales con el sagrado deber de perseverar en la
defensa de LA VIDA y en la dignidad de su milagrosa existencia aquí y en el
resto del infinito UNIVERSO. Porque ese es nuestro único y gran tesoro: LA
VIDA.
Mientras, millones de seres superiores son pasto del
sufrimiento; masacrados; asesinados; quizás, ofrendados a no sabemos qué
dioses, por sus iguales que, además, desconocen las verdaderas razones de sus
crímenes. Me niego a pensar que nuestra existencia ha de limitarse a esa
realidad de que unos han de morir para que otros mal vivan creyendo que viven.
¡Me repugna y asquea esta HUMANIDAD!
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