lunes, 24 de octubre de 2016

EL ÚNICO Y GRAN TESORO

Este planeta, esta tierra, que tanta suerte tenemos de poder pisar, es el único y el gran tesoro que tenemos, que nos pertenece a todos y que no es comparable con ningún otro tesoro conocido, porque todos aquellos que han sido producto de la mano del hombre han ido contra él mismo y contra el propio planeta. No hay especie animal o vegetal que haya ido contra su hábitat, más bien todo lo contrario, lo cuidan y respetan y, sin embargo, se les reconoce como especies inferiores; mientras que la nuestra, la superior, no ha hecho otra cosa que ir en contra, no ya de su propio hábitat sino, también, el de todas las demás especies. Recordemos, para mayor indignidad nuestra, que ninguna de esas especies inferiores ataca a sus congéneres, solo lo hace la especie superior, o sea, nosotros, los que encima nos hacemos llamar HUMANOS.

 Y humanidad, humanidad, lo que todos llegamos a entender por humanidad, es bien poca, a pesar de contar con más de 7 mil millones de almas y sus correspondientes auras.

Aquellos dioses (Que no Dios, si lo hay, porque de haberlo, de esto no se ocupa, que bastante tendrá con mantener en su justo lugar a tanto planeta y a tanta estrella y que no se le vaya todo como un castillo de naipes) que tuvieron la osadía de crearnos a su imagen y semejanza, se podían haber esmerado un poco más y, en el proceso de perfeccionamiento de nuestro ser, eliminado también todos los aspectos que nos hacen tan negativos hacia cuanto nos rodea. El caso es que no debe ser fácil crear una criatura a imagen de quien tiene la capacidad de hacerlo. Nosotros comenzamos hace años con los clones, que ya es algo; hemos avanzado en la creación de vísceras y tejidos a partir de células madre; inseminamos artificialmente y hacemos todo tipo de conjugaciones con los óvulos y los espermatozoides buscando seres más perfectos y al gusto de quienes sean los progenitores o científicos. Las investigaciones continúan y pronto no será necesario ningún útero materno que por algo se crearon las incubadoras. Jugamos también a ser dioses, aunque aún menores.

Al final van a tener razón los antiguos griegos y romanos porque ellos no eran monoteístas sino politeístas. Y quizá estuvieran mucho más cerca de conocer más sobre la verdad de nuestra existencia que nosotros tres mil años después y hasta es posible que tuvieran contacto directo con ellos a través de sus Oráculos, Eneidas, Odiseas e Iliadas. A nosotros, para alejarnos de ese conocimiento, se nos vendió como fábulas, mitos y leyendas, cuando, estoy convencido, no eran más que la realidad de sus vidas y experiencias. Todas esas civilizaciones de todos los rincones del globo coinciden en esos dioses de carne y hueso que bajaban de los cielos o que, incluso, cohabitaban con ellas. Hemos de reconocer, los criados bajo la costumbre  católica, que también somos politeístas porque eso de la santísima trinidad (Padre, hijo y espíritu santo) ya me dirán a qué responde sino es a un politeísmo como cualquier otro. Disponer de un solo dios trino, como que no nos ha ayudado en mucho. Tanto poder en uno solo o en los triunviratos, se ha demostrado siempre que no es bueno, todos terminan por creérselo, comenten barbaridades y acaban rompiendo la baraja. Además ya se alzan voces de que todo es falso –Nuevo Testamento- y aportan todas las pruebas que han sabido recoger en sus investigaciones y coinciden sus argumentaciones con la intuición de tantos, en tantos siglos de oscurantismo y obligado silencio o gratuita muerte.

El caso es que nuestro mundo está basado en demasiados cuentos chinos y mientras no rompamos con ellos, nos seguirán contando más cuentos. Va siendo la hora de exigir la verdad porque sólo conociendo ésta podremos decidir lo que nos conviene como especie inteligente. Porque estar a las expensas de no sé cuántas especies alienígenas nos hace ser los blancos de sus dianas y desconocemos qué implican sus dianas. Conociendo la verdad de nuestro origen y existencia podríamos sacudirnos de tanta nefasta religión que tan solo nos han conducido a luchas y guerras fratricidas por cruces, medias lunas o unos huevos fritos.

Sabiendo esa verdad podríamos tomar partido o bien por unos o bien por otros, según nos convenga a nosotros y no a ellos. Es una forma de intentar alcanzar la mayoría de edad para aceptar la responsabilidad de nuestro destino como raza. Dar el salto. Salir de este cuento para niños que ya dura demasiado.  Así, podríamos entender cuánto vale la vida de un semejante y cuánto esfuerzo habría que hacer por conservarla. Exijamos conocer la verdad y desterremos toda mentira malintencionada. En eso debiéramos emplearnos, que ya nos vale.

Dejaríamos tanta tecnología inversa y tanto rodeo, iríamos directamente a la fuente, permitiendo que este planeta pueda seguir vivo y conociendo cuáles son en realidad los riesgos y los peligros de nuestra existencia; cuáles las razones de tanto crimen sin sentido; cuáles las verdades y cuáles las mentiras. Porque eso del libre albedrío está muy bien, pero un libre albedrío bajo el continúo engaño no parece que sea lo más adecuado para ejercerlo. Deja de ser libre albedrío para convertirse en una cruel pantomima.  

Todo eso y más si consiguiéramos desembarazarnos del reparto del que somos objeto. Pues, parece ser que unos apoyan a unos y otros a otros y así este lío no hay quien lo entienda. Que este pequeño planeta se mantenga dividido y sujeto a los intereses de unos y otros no nos hace ningún bien. En ese desconcierto, en esa incertidumbre, en esa ignorancia de lo que realmente sucede, los que conocen, son los únicos que cumplen sus objetivos y éstos puede que no sean del todo éticos ni morales con el sagrado deber de perseverar en la defensa de LA VIDA y en la dignidad de su milagrosa existencia aquí y en el resto del infinito UNIVERSO. Porque ese es nuestro único y gran tesoro: LA VIDA.

Mientras, millones de seres superiores son pasto del sufrimiento; masacrados; asesinados; quizás, ofrendados a no sabemos qué dioses, por sus iguales que, además, desconocen las verdaderas razones de sus crímenes. Me niego a pensar que nuestra existencia ha de limitarse a esa realidad de que unos han de morir para que otros mal vivan creyendo que viven.


¡Me repugna y asquea esta HUMANIDAD!

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