Que se sepa. Los márgenes están rotos. Tras más de ocho años
de la última crisis económica, laboral, social y humana, y no bastando con el
derroche a espuertas realizado en obras a sabiendas de su inutilidad colectiva
y con el único objetivo de llenar los bolsillos de unos pocos; a sabiendas de
todo el despilfarro llevado a cabo en todos los rincones de este desgraciado
País; a propósito de expoliar y expoliar como si el mundo se fuera a acabar y,
como poniéndole el broche de oro a dantesco panorama, lo que estamos conociendo
sobre Andorra, Suiza, Panamá y tantos otros lugares (aún por descubrir) donde
durante años se fueron ocultando las fortunas de la codicia y de la usura,
hemos de reconocer que cualquier margen tolerable ha sido superado. Y no solo
aquí.
De tal forma, que no debemos de llevarnos las manos a la
cabeza cuando veamos que el contenido de esos márgenes se desborda sin control
alguno y que, como ocurre con los castillos de naipes, nada quedará en píe.
El sufrimiento, la angustia y tanto suicidio provocado en plebeyos,
lacayos y sirvientes, no pueden quedar sin justicia. Y hablo de la justicia
natural, no de la artificial que siempre está al servicio de todos aquellos que
la pueden pagar, y ellos pueden. Así que estén tranquilos todos aquellos que
tan bien velaban por lo que consideraban y consideran que son sus dineros. Nada
les pasará ni nada tendrán que devolver. El sistema es garante con todos ellos
y primero habrá que demostrar la ilegalidad y eso no es siempre fácil cuando
los resquicios de todos los reglamentos son tantos. Y que pasen diez o quince
años de procesos son una garantía más para su impunidad. Pregunten a Fabra, que,
tras catorce meses ya solo irá a la cárcel a dormir, si le ha compensado tanto
premio de la lotería. Así, esa justicia natural, aquí como allí, no tendrá más
remedio que imponerse. Nuestra incapacidad, propia o inducida, en reconducir
tanto mal provocado a tantos, no será óbice para que sea implantada. No habrá
excusa alguna y nuestro mundo sufrirá tanto desmán y desatino por la
insistencia de ir en contra de todos sus preceptos naturales. Son estos, y no
los nacidos en esos parlamentos artificiales, los únicos que debiéramos haber
seguido en nuestra conducta y actitud.
Ya no quedan palabras y las fuerzas de sus significados se
han diluido de tanto repetirlas. Este País, esta sociedad mundial se han
convertido en un zombi más, que deambula sin horizonte ni luz alguna que la
ilumine. Cegados ante el sufrimiento que nosotros mismos imponemos a los demás.
Miles, centenares de miles que huyen de las guerras que les provocamos y los
abandonamos a su suerte y desdicha. Asistimos al nuevo espectáculo, perplejos y
cómplices del mismo. Siempre fue así.
Este País, esta Nación de Naciones, y como todas las demás de
este pequeño mundo, han sido engañadas durante los milenios que han sido y
siempre por los mismos. Y de tanto engaño surgió la ignorancia y el conformismo
con la propia y ajena miseria social, económica y espiritual. Reduciendo a la
mayor de las mediocridades todo intento de lucha por la verdadera libertad, por
la verdadera fraternidad y por la verdadera igualdad de todos los seres humanos
que la han conformado y conforman.
Nos han mantenido desiguales y divididos, sustraídos a toda
verdad natural y revolucionaria y, por ello, sumidos en lo más profundo de un
pozo de aguas sucias del que jamás nos dejarán salir. Un planeta de entre miles
de millones, con todo lo necesario para una vida digna para todos sin excepción.
Y, sin embargo, su especie inteligente y suprema, lleva guerreando entre ella miles
de años para conseguir riquezas efímeras que nadie ha conseguido llevarse más
allá de su tumba. Una Humanidad de demonios y de monstruos, un mundo fallido. Los
demás, como un hámster dando vueltas y más vueltas a la misma rueda que no deja
de girar porque él mismo es quien la impulsa sin tomar conciencia de ello.
Siempre son las mismas retóricas, los mismos cánticos que nos
adormecen siempre a los mismos, las mismas reglas y normativas que nos impiden
cualquier movimiento de liberación y que tanto defienden a esa clase de
engendros que se creen iluminados por un dios falso y creado por y para su
conveniencia e interés. Crear A y crear B para distraernos en una lucha
infructuosa y sin sentido de la que C siempre sale victorioso. Derechas e
izquierdas; arriba y abajo; norte y sur; católico o protestante; judío o
musulmán; capitalista o comunista; blanco o negro; del Madrid o del Barcelona; dios
o el demonio; dulce o salado… Una antiquísima estrategia en la que C maneja los
hilos a su antojo, mientras nuestra inconsciencia y desconocimiento se
convierten en su gran aliado y cómplice para esta vida única que se nos da. Divide y vencerás.
El objetivo de C sigue siendo el mismo desde hace miles de
años:
¡Que se jodan con su ignorancia y mediocridad!
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