No la busque, mi querido
lector, porque no la encontrará en lugar alguno. Los políticos españoles son
los menos productivos del mundo y sí los que más han dilapidado y dilapidan. El
caso es que, además, tenemos demasiados por cabeza tributaria e impositiva ya
sea ésta directa o en diferido y eso, lógicamente, hace que esa productividad
baje cuando recurrimos a sacar cualquier media, porque este galimatías entre lo
político y lo administrativo no hay quien lo cuadre.
Si a esa generalidad, le
añadimos que suelen ser unos sinvergüenzas con el dinero público, la cosa
empieza a ser preocupante. Ese dinero que nos recaudan a diestra y siniestra y
también por arriba y por abajo, no lo dedican, la más de las veces, al fin
honroso de mejorar lo público: la sanidad; la educación; los servicios
sociales; los desempleados mayores de 55 sin prestación alguna; las
desigualdades que el capital genera per se; las carreteras y autovías; las
líneas de ferrocarril (Mucho menos si del AVE se tratara); las calles y
avenidas de nuestros pueblos y ciudades; las costas y nuestras internacionales
playas (No recordar a las del Mar Menor, que es una afrenta donde las haya)
etc, etc, que usted bien sabe y padece, de seguro.
El caso es que sí han sabido
y saben llevarse ese dinero que no les pertenece y eso, incluso, disfrutando de
salarios muy por encima de la media nacional de cualquier trabajador de los de
a ocho horas si lo tienen y, eso, sin contar con aquellos que echan bastantes
más y con la misma pagamenta. Añada la
capitulación de éstos (Los políticos) ante esos millones de funcionarios que
bien han sabido mantener sus honorarios y puestos a pesar de su improductivo
trabajo y su puesto de trabajo garantizado. Pocos serían los que resistieran un estudio de su productividad y solo
tomando como base lo que en ellos se invierte y lo que ellos devuelven,
tendríamos un acertado resultado. Alguna excepción habrá, estoy seguro, pero no
es lo habitual.
No ha bastado la creación de
más y más estructuras administrativas que, en la mayoría de los casos, son solo
estructuras de intermediación, sino que el maremágnum de leyes, disposiciones,
reglamentos, ordenanzas, decretos y demás estulticias han aumentado de forma
exponencial y que se han pergeñado, teóricamente, en el favor y la búsqueda de una metodología que eludiera la corrupción,
el despilfarro y, en general, como forma de evitar el gasto inútil y la
dilapidación de los recursos con los que los dotamos. Hemos comprobado en
carnes propias que tales objetivos no han sido cumplidos, pues esta última
crisis, que aún nos acompaña, ha descubierto la mayor corrupción posible en un
Estado que nunca ha sido de Derecho y si de pernada. Así, tal enciclopédico
mastodonte legislativo, no ha servido para evitar lo que pretendía evitar: El despilfarro, la pésima y deshonrosa administración de nuestros recursos.
Desde eso que conocemos como
LO PÚBLICO, nos han limpiado hasta las telarañas de las esquinas más altas. De
nada sirvieron tales reglamentos ni ordenamientos, porque, por encima de todos
ellos, había personas. Personas DEPRABADAS bajo apariencias de servidores
públicos. Y tanto en los políticos como en los funcionarios, que tanto se
necesitan los unos de los otros a la hora del reparto.
Así que hemos aprendido que
tanta normativa no es garantía de eficacia, ni de buen gobierno. Y también
hemos aprendido que tanta normativa y reglamento solo conducen a un aumento de
la burocracia, del tiempo en la resolución de los problemas y en la ejecución
de los proyectos ya sean éstos de iniciativa pública o privada, además de un
aumento del personal que ha de mover los papeles de un lugar a otro tras los pertinentes estudios y proyectos; el
técnico de turno; la mesa; la comisión; la junta y el pleno si es menester, que lo será.
Este es el tremendo
resultado: LA INEFICACIA TOTAL que se traduce en una IMPRODUCTIVIDAD
insoportable para cualquier economía moderna.
Si para poner cuatro
ladrillos, asfaltar una calle, arreglar una acera, para hacer un jardín o
reformarlo, si para pintar cuatro rallas, si para lo que haya que hacer se
tardan meses y meses de papeleos que van y vienen, todo ello significa
INOPERANCIA y pésima gestión. Luego, esos administradores bien que piden
productividad a los demás del sector privado con salarios de 600€ y solamente
para que las estadísticas no se les disparen en contra y que, inevitablemente,
se les disparan porque el núcleo alrededor del que todo gira es un verdadero
sinsentido, un verdadero agüjero negro, no cósmico sino terrenal, y que todo se
traga. ¡Espere usted a mañana! Como si del siglo XVI se tratara, los asuntos
llevan semanas y semanas; meses y meses; algunos, años y otros, décadas y
décadas, y aún sin resolver y las que aún le quedan. Con estos mimbres jamás, España, será productiva.
Esos políticos no son
políticos, son elementos bien acomodados en ese monstruo que engulle todo lo
posible e imposible de su periferia, restando a toda ella no ya a un buen
vivir, sino de una vida digna. La recompensa esperada a tanto esfuerzo de
generaciones pasadas y actuales, queda engullida por tan mala y pésima
administración puesta al servicio de unos pocos avispados que, como en el juego
de la oca, van de una a otra, tirando porque les toca sin resolver jamás alguno
de los problemas.
Esos políticos no son
políticos, son elementos allegados a la fuente del maná para disfrutar a
tutiplen de ese carnívoro depredador en que han convertido eso que conocemos
como SERVICIO PÚBLICO y que ya no lo es. Ese monstruo insaciable es quien manda, dirige y lo engulle todo, no lo olvide, y además no cumple con el objetivo
para el que se le mantiene: Que no debiera ser otro que hacernos la vida mejor
y más fácil, que para eso les pagamos. ¿O no?
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