Gracias a la sangre de los que fueron como nosotros y que fue derramada
en todos los campos de todas las batallas de todas las naciones y de todos los
tiempos, tuvimos un espejismo que nos nubló la vista y el entendimiento. Hartos
de tantas luchas sin sentido y ansiosos de tiempos de paz, les dimos nuestra
confianza. En ellos depositamos todas nuestras esperanzas. Les dimos nuestro
poder con la obligación de que fuera empleado en nuestro beneficio, nos creímos
todo cuanto dijeron y los ensalzamos a las alturas, sin darnos cuenta de la
traición.
Al final habíamos cambiado un viejo orden de aristocracias y sotanas
por otro de partidos y las mismas sotanas. No nos dábamos cuenta de que ese
cambio, por muchas Supremas Leyes escritas con bellas letras y encuadernadas en
bellos papeles, sería sólo una
transmutación de esa vieja especie en otra más vil y soez y siempre repleta de
la hipocresía más antigua.
Fuimos nuevamente traicionados, como siempre en toda nuestra larga
Historia. Alcanzamos un poco de pan y un poco de miel que ya nos están
arrebatando. Nos vuelven a robar, nos han vuelto a engañar. Hemos pagado
ilustres instituciones, hemos pagado universales organismos y ninguno nos ha
servido. Han sido las tapaderas necesarias para la legalización de los crímenes
que no paran de cometer en este pequeño mundo llamado Tierra.
Están gestando una batalla más, quizás una de la más grandes y, sin
embargo, la mordaza cumple con su función. Todos callamos, que bastante tenemos
con la supervivencia del día a día que nos han impuesto esos viles y soeces.
Como siempre dicen es para la paz en el mundo, para la defensa de los valores
humanos. Más bien es para la suya. Porque, de estallar, no serán ellos los
combatientes, ni los que mueran, ni los que sufran los daños colaterales. Parecen
que las fuerzas, las valentías y los corajes ya nos los mataron hace tiempo. Nadie
hace nada para intentar evitar lo que puede ser unos de los mayores desastres
de la Historia. Sólo somos marionetas de un teatro que están transformando en
tragedia. Eso les gusta, siempre les gustó.
Porque son ellos nuestros enemigos, los que nos conducen por la fuerza
de nuestros votos convictos de las más grandes mentiras. Los últimos abriles y
mayos fueron los de décadas ya muy pasadas. Tan fuertes son sus invisibles y
sutiles cadenas.
El Mundo y su vida se hacen día a día, también la muerte y ésta parece
ser la que más satisface a los trajeados con corbatas coloreadas y a los de,
también, coloreadas sotanas y a los de rígidos uniformes con estrellas de cinco
puntas.
Sólo somos labriegos para los campos y carne de cañón. Así nos tienen.
No hay ni abriles ni mayos. Ellos tienen nuestro poder, en ellos depositamos
nuestros votos. Son nuestros únicos enemigos.
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