Pronto, incluso antes de que
saliera el sol de ese nuevo amanecer, los zorros comenzaron a imponer sus
nuevas leyes –que siempre han sido las mismas en todas las zorrerías del viejo
gallinero- y que, lógicamente, en nada se parecían a las anunciadas a bombo y
platillo en sus campañas electorales. Les arrebataron derechos y bienestares a
cambio de deberes y más obligaciones. Sin trabajo, menos dinero a los que aún
laboran, menos de todo y que paguen las gallinas por todo, a pesar de sus
siempre altos impuestos y tasas. Un empobrecido gallinero con hambre y miseria,
donde muchos polluelos las pasaban canutas hasta para hacer una comida al día. Las gallinas asistían impávidas ante tanto
desacato y tanto atraco al gallinero, tenían miedo, mucho miedo a los viejos
zorros. Algunas, incluso tuvieron actos de valentía y se enfrentaron a los
zorros, pero, al hacerlo solas, fueron atacadas, desautorizadas por terroristas
de la paz social del gallinero y, finalmente, defenestradas. No estaban unidas todas
las gallinas, cada una defendía una parte del todo y así no hay lid que se gane,
ni en este ni en ningún otro gallinero. Las gallinas tienen eso, que no saben
de uniones y de lo fundamental que es ir todas juntas en la defensa de los
intereses que les unen y que, a la postre, las confirman en ser lo que son,
unas temerosas gallinas. Los ahorros de las más viejas gallinas fueron
extrapolados por los zorros más listos. Las gallinas aguerridas de las fuerzas
del orden público, se descargaban con conciencia y como liberación de sus
propias rabias sobre sus congéneres, cumpliendo fielmente con las órdenes de
los zorros. El saqueo no tenía fin y las gallinas eran las paganinis de
aquellas inversiones fallidas realizadas por otros zorros del gallinero
central. Se socializaban las pérdidas y la privatización de todo lo que aún
quedaba en el gallinero se ponía en manos de otros zorros avispados. Las deudas
y los déficit eran repercutidos en las tontas gallinas que lo aceptaban como si
ellas hubieran sido sus causantes o beneficiarios. Los zorros más viejos se
frotaban y frotaban las manos viendo cómo sus ingresos aumentaban más y más.
Nunca alguno fue culpado por sus decisiones, por sus obras innecesarias, por
sus gastos incontrolados, más bien eran justificados y ensalzados. Bien que
hacían sus negocios y recibían buenas comisiones por tales dispendios. Todo les
estaba permitido y en la confusión que ellos mismos se ocupaban en crear,
perpetraban más asaltos a la dignidad del gallinero. Todo a costa de las pobres
gallinas que cada día que pasaba eran más y más flacas y más débiles. Daba pena
verlas. Con lo lustrosas que habían estado unos años antes. Ahora ni sus plumas
tenían brillo, ni sus inútiles alas podían dar siquiera un aleteo para el menor
impulso.
Asomaban por doquier zorros
descarados y hasta airados argumentando y defendiendo sus fortunas ante la vaga
y comedida justicia. Por que siempre fue prudente la justicia con los zorros,
que, al fin y al cabo, éstos se conocen bien el percal y a cada uno de los
togados. Ya prescribirán, es sólo cuestión de que siga pasando el tiempo. En el
gallinero nunca se enteran de nada y menos de aquello que realmente les
pudieran ayudar a salir de ese inmundo gallinero que nadie ha osado nunca
limpiar y desinfectar. Son tantos los siglos y tanta la zorrería de tantos que
es como si “Esto es lo que hay y si las gallinas se ponen bravas, sacamos los
tanques para que las aplasten, que ya lo hicimos otras veces”
Paradójicamente, las gallinas, al
fin y al cabo, habían sido las que dieron el poder a los zorros. Y nunca en la
Historia se vio a una gallina enfrentarse a un zorro, y si lo fue, su soledad
ayudó a su gratuito sacrificio. Se miraban unas a otras como buscando algún
gallo valeroso y dispuesto a dar la cara, sin acertar a ver a alguno. Nadie.
Así que, a tragar lo que los zorros nos digan, se decían entre ellas.
El gallinero estaba sumido en el
mayor de los miedos, a muchos ya les habían quitado hasta su propio nido. A
todos les habían recortado el veterinario y todas las clases de canto. Les
vaciaron sus bolsillos y de los nidos que aún quedaban, se llevaron todos los
huevos. De los polluelos, unos marcharon lejos y otros quedaron sin futuro y
como huérfanos. Desesperanzados, abandonados. Su identidad de gallinas, ya de
por sí baja, había descendido aún más. No encontraban su lugar en ese gallinero
que los zorros y sus mayores ya casi habían desmoronado, como si de una fila de
naipes se tratara. Su orgullo de ser gallina se estaba muriendo junto a tanto
despropósito y tanto expolio provocados por los zorros y por la complicidad silenciosa
y silenciada de los que los rodean.
Raro era el día que no descubrían
que otro zorro se había estado comiendo lo que era de todas las gallinas. De
cómo éstas habían sido esquilmadas hasta lo infinito en tantos y tantos años y
lo que más les dolían era la impunidad con la que habían y están, aún,
perpetrando tales hazañas, pues no encuentran freno al desenfreno. Tal es la
codicia y avaricia de los zorros que sólo piensan en su presente y en el porvenir
de sus zorritos. Al fin y al cabo el gallinero es de donde ellos siempre obtuvieron
sus riquezas y poderes, siempre bajo las leyes que ellos mismos hacen y a las
que tanto acuden para garantizarse su pillaje y para que las gallinas inoculen
el miedo, que a ellas bien que se les aplica.
Los astutos zorros ganaban la
batalla ante la complacencia de tanta gallina dócil y sumisa. Además, la
realidad les enseñaba que sólo eran encarceladas ellas, las gallinas. Y eso a
pesar de que no había comparación posible entre unos y otros delitos. Pero
siempre fue la justicia hecha para ellas y no para los zorros, pues éstos, a la
más mínima, sacan su fuerza y sus colmillos y atemperan al juez más sobrao.
El máximo dirigente de los zorros
hacía gala de sus silencios y ausencias y sus secretarios más directos
inundaban de mentiras y más mentiras en un intento de disfrazar la cruda
realidad al foro gallináceo. Que el año siguiente habrá cambiado todo se
empeñan en decir, cuando su pillaje aún no ha terminado y cuando ninguna gráfica soporta
ninguna de sus palabras. El zorro mayor sigue sin dar la cara, sin exponerse a
cuántas preguntas quieran hacerle las gallinas, no vaya a ser… Incluso hay gallinas
que aún les creen y ríen sus gracias como un intento de obtener su gracia y
benevolencia y alguna otra gracia que les mejore su particular gallinero.
El caso es que el gallinero está
más revuelto que nunca y sigue sin aparecer algún gallo con fuertes espolones. Así,
mientras todo esto sucede, los zorros continúan haciendo sus negocios sin que
nadie haga algo para evitarlo.
Su riqueza aumenta en la misma
proporción que la pobreza en el gallinero.
Gallinero con gallinas desunidas
y con miedo son el cóctel perfecto para su sacrificio. Y eso es lo que están
haciendo los zorros: Sacrificándonos una a una y a su antojo.
Además, su desprecio es tal, que
lo hacen con risitas en sus depredadoras bocas. Ellos son unos zorros viejos.
Nosotras, unas temerosas gallinas.
Muy interesante la descripción de nuestro "gallinero". En gran medida la propia gente ha creado también su mala situación presente, por su desidia e inconsciencia.
ResponderEliminarSaludos,
Mikel.
Muchas gracias, Mikel. Esto es lo que hay, algo que no sabría describir nos mantiene inanes, como si no fuera con nosotros. Asistimos impasibles y hasta complacidos a nuestro propio cadalso. Debe ser el principio del fin...
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