Decía José Saramago (1922-2010)
que “En ningún momento de la historia, en ningún lugar del planeta las
religiones han servido para que los seres humanos se acerquen unos a los otros.
Por el contrario, sólo han servido para separar, para quemar, para torturar”
Al igual que yo, también usted coincidirá
totalmente con la aseveración del humanista, porque esa y no otra es la
realidad. Toda nuestra historia lo confirma y nuestro presente en el Próximo Oriente
lo ratifica. La más sangrienta de las batallas está fraguándose y quizás sea la
última antes de nuestro propio fin por el imperativo legal de un Cosmos en
continúo movimiento y agitación.
En el principio era el hombre
politeísta y hace unos dos mil años pensó en hacerse monoteísta. Un solo dios
sería más sencillo, pensarían nuestros ancestrales sumos sacerdotes, para que
las gentes entendieran el asunto éste de lo religioso y así el cegado
acatamiento de la obediencia, más fácil. El caso es que tampoco se llega al
uno, pues nos advierten de que hay una trinidad que, además, es santa. O sea
que son tres. La cuestión es que el fenómeno religioso para lo único que ha
servido es para mantener a las gentes de todos los siglos y condición en la más
absoluta ignorancia, en la más absoluta desigualdad y en la mayor de las
complacencias y conformidad posibles. “Qué dios te lo pague”, “Qué dios te perdone”,
“Qué dios te lo premiará”, “Qué dios es bueno y perdona a todos” “Qué hay un
cielo y un infierno” “Paga tus deudas”. Todo falso.
Comenzó el hombre creyendo que
dios era el sol, el agua y el aire, pues la mera observancia de la falta de
cualquiera de ellos supondría la ausencia de toda vida que conocemos. Ésta no
sería posible sin la interdependencia de esos tres elementos, tan
magistralmente orquestada. Así, desde el principio de los principios, el hombre
adoraba al sol, al agua y al aire, como benefactores máximos de su propia
existencia, sus dioses al fin y al cabo y qué bien hubiéramos hecho de
conservarlos sin necesidad de aumentar el panteón, que a tanta desgracia
secular nos ha conducido.
Al paso de los siglos, el hombre
fue aprendiendo más cosas, a pesar de los pocos, y entendió que nuestro planeta
no estaba solo, que éramos uno más en un sistema solar perdido en un galaxia y
que ésta era una más de los miles de millones de galaxias conocidas hasta
ahora. Y comprendió que ese concepto de ser superior tendría que ser, cuando
menos, más complicado, más complejo y, de tanto, inalcanzable a nuestro corto nivel y primitivo intelecto. Una búsqueda de otras inteligencias, de otros
seres agraciados con la máxima evolutiva, hubiera sido lo más razonable.
Búsqueda oculta bajo los intereses del desconocimiento obligado e impuesto por
las castas. Y máxime cuando la arqueología tantas y tantas pruebas nos ha dado de
su presencia junto a nosotros y que bien podríamos hablar de un dar vueltas a
una rueda milenaria de la que no conseguimos salir.
Sin embargo, todo queda reducido
a una serie de conceptos que impiden la razón y apelan a aquello tan manido de
la fe, que no necesita de la característica más sobrenatural de la propia
creación: La Inteligencia. El más grande acto de un ser casi divino –el hombre-
al que, unos pocos, quieren durmiente, silente, absorto y alejado de su máxima
condición y de las posibilidades que ésta conlleva de acercamiento real al Ser
Supremo.
Quizás, o no, para continuar con
la estrategia secular de la dominación de unos pocos sobre la inmensa mayoría,
procurando la ocultación de toda verdad y del alumbramiento de todas las
capacidades inherentes a la inteligencia con las que el creador nos dotó.
Creador que no dios. Encerrados, pues, entre los barrotes de la impuesta
limitación cognitiva por nuestros propios creadores “Hagamos al hombre a
nuestra imagen y semejanza” (Génesis) se hace necesaria la pregunta de que
¿Para qué fuimos creados? ¿Quiénes son realmente nuestros creadores? ¿Qué
sentido tiene crear un vehículo que alcance los 500 km ./hora, si no podrá ir
a más de 120?
“La ocultación de ideas molestas
puede que sea corriente en la religión o en la política, pero no es el camino a
la sabiduría y no tiene sentido dentro de la tarea científica” “Sabemos quienes
hablan en nombre de las naciones, pero ¿Quién habla en nombre de la especie
humana? ¿Quién defiende a la Tierra? (Carl Sagan)
“Las doctrinas religiosas y las
mitológicas de la maquinación humana son aquí los principales objetivos de
ajuste y control. Puesto de una manera cruda, estamos siendo manipulados por
nuestros propios sistemas de creencias, que a su vez son implantados, influidos
y guiados por fuerzas “alienígenas” que están fuera de nuestras identidades
conscientes” (J. Allen Hynck 1910-1986 –astrónomo, ufológo-)
Son los ángeles caídos, los
extraterrestres desviados, los que nos gobiernan en este planeta tierra. Son
ellos y los secuaces terrenos los responsables, quizás, de nuestra propia
existencia. Nos crearon para servirles como esclavos y aún lo seguimos siendo.
Las estructuras de poder que conocemos llevan miles y miles de años siendo
exactamente las mismas, sólo perfeccionadas y adecuadas a los nuevos tiempos.
La guerra, el instrumento final del que se sirven para imponer su “voluntad
divina” Todo manejado desde la mentira de todos sus preceptos y que ellos
convierten en verdad.
“El Vaticano es el verdadero
controlador espiritual de los iluminati y del nuevo orden mundial. Mientras,
los jesuitas a través del papa negro, controlan realmente la jerarquía vaticana
y la iglesia católica romana” (Gerard Bufford –ex arzobispo de Guatemala,
expulsado por el Vaticano)
“Durante la mayoría de los
cónclaves, en vez de manifestarse el espíritu genuinamente evangélico de los
cardenales allí reunidos, lo que salió a relucir, y a veces de una manera
descarada, eran las ambiciones humanas, las envidias, las intrigas y todos los
defectos humanos que afloran en las elecciones para puestos públicos” (Salvador
Freixedo –ex sacerdote jesuita)
Todo son estructuras para el
engaño a las gentes. Sofisticados mecanismos que crean confusión y angustia y
procuran el abatimiento de los individuos. Estructuras de hermosos significados
y contenidos que jamás logran sus objetivos teóricos. Todo son trampas.
Chantajes, coacciones y engaños. Nuestro mundo, nuestra vida entera es tan solo
una gran estafa. Porque ninguna de las estructuras –que tanto nos cuestan-
creadas para el beneficio del hombre ha cumplido con su objetivo. Igual que
decía Saramago con las religiones. Deduzcamos entonces que vivimos en una
completa farsa o, como decían los clásicos, en un puro teatro. Teatro de tragedias
que no de comedias, que bien distintas son unas de otras.
Somos, a la vista de todo esto,
una especie, una civilización perdida que no ha procurado, siquiera, el gozo de
la vida que nos fue regalado. Que continuamos cumpliendo una penitencia por un
pecado cometido por aquellos que nos crearon “a su imagen y semejanza” y del
que parece que nunca seremos liberados. Porque, no es que se prodiguen mucho,
pero los ángeles no caídos, los extraterrestres fieles a los principios del
cosmos, nos tienen un poco olvidados. Han pasado unos miles de años desde su
último intento de redimirnos, intento fallido como sabemos, y aquí seguimos
sufriendo este infierno en el que los otros convirtieron a este bello planeta,
con la inestimable y necesaria ayuda de los más avispados de nuestro género,
que hacen de la codicia y avaricia las fuentes de su poder terreno. Morirán
como todos nosotros, porque no otro es su fin. Pero lo habrán hecho ayudando a
los malignos y eso nunca les será perdonado por el verdadero Creador que los
mantendrá en la mayor de las oscuridades evo tras evo.
Mientras tanto, vayan tomando
asiento y observen, que LA FIESTA DEL TEATRO DE LA TRAGEDIA va a dar comienzo.
El escenario será pasto de las llamas, los actores e intérpretes aniquilados y
nosotros, los simples espectadores de una obra que nunca fue nuestra, las
victimas inocentes de un panfleto impuesto y en el que nunca nos dejaron
participar.
Es probable que nuestro tiempo y
ciclo (13.525 años) estén próximos a su fin y, tras la desaparición de lo
viejo, obsoleto y enviciado, vuelvan las verdaderas sangres reales para hacer
cumplir el único mandato cierto y verdadero:
“Vivid y disfrutad del
Paraíso,
que ya no hay más pecado".
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