El capitalismo neoliberal y salvaje, que se nos impuso a
partir de los años ochenta, se sabe muerto y sin futuro. Su intrínseca vorágine desconoce la saciedad y en ese
camino hacia la nada, está destruyendo todo cuanto a su paso se antepone. La
mediocridad y bajeza de las democracias más avanzadas, con sus máximos
políticos a la cabeza, se han limitado a contemplar el sendero sin sentido al
que se unieron con la esperanza de quedar, ellos, a salvo con las migajas del
expolio de las grandes corporaciones que, como Aníbal y sus elefantes, destruyen
cuanto tocan y pisan. Alcanzado el culmen, todo ha sido subvertido, absolutamente
todo, hasta los principios más elementales y básicos. El dinero es nuestro
moderno dios y nada sin él es posible, ninguna vida humana es viable si no
cuenta con él y, así, todo el que haya y esté donde esté, les pertenece y lo
quieren y nos lo roban a nosotros, que solo
lo utilizamos para poder vivir, sobrevivir en este mundo que piensan que solo
les pertenece a ellos. La vida ha sido reconvertida en un gran mercado, donde
todo se compra y se vende y donde los beneficios son privatizados en manos de
unos pocos. Pero la vida no es eso, no puede serlo.
Un mundo que continúa pertrechado y moviéndose a través de la
mentira, no puede más que profundizar en ella a través de la esquizofrenia y de
la paranoia. Todos, presos de la locura cultivada y esparcida por las mentes
más maquiavélicas posibles, por las mentiras más enormes siempre contadas en
toda nuestra más arcaica y presente historia. Pues nada bajo este sol que nos
da la vida es cierto. Absolutamente todo bajo las estrellas, que ya ni vemos en
la noche, es una vil y soez patraña. Desde nuestra remota existencia hasta
nuestros días, todo está sustentado en la mentira más burda, en una
compra-venta de mentiras ficticias y efímeras.
Qué, entonces podemos esperar. Más bien poco o nada, pues
tales son los barrotes que nos mantienen encerrados en el paradigma de lo falso
y erróneo. Los que antes aprenden el uso y la artimaña de la mentira cuentan
con ventaja y llegados, casi al final de
este ciclo, las mayorías silenciosas y silenciadas serán aniquiladas en favor
del capital y del cinismo que lo sustenta. Para eso hacen y aprueban las leyes
que les convienen a ellos, suben los precios y nos arrebatan los trabajos y nos
bajan los salarios, nos roban nuestras casas y nos sirven el hambre y la
miseria en bandejas de fino papel fungible. Legislan para aumentar nuestros
miedos al usurpado poder, para nuestra aniquilación total.
Así, si aún conservaba alguna esperanza, deséchela, pues de
nada le valdrá, no hay posibilidad alguna para la esperanza porque, si aún no
le ha alcanzado el dolor ni la angustia, no se crea a salvo, irán a por usted.
Hemos sido todos contaminados con las mismas bacterias y con los mismos virus
de la maldad y de la fealdad, no se crea ni piense ser inmune, solo es cuestión
de que llegue su tiempo, su momento y le llegará de seguro, porque el camino
está trazado. Les seguimos la corriente y las pautas que nos marcan, la mayoría
sin darse ni cuenta del engaño, y todos caemos entre sus redes. Por algo somos
sus víctimas. Su supremacia pasa por adueñarse de nuestros espíritus y en eso se
aplican, adueñarse de nuestras voluntades y almas, al más bajo precio. Y el
mundo, cada día que pasa, es aún más feo y más mala pinta tiene. Sus tonalidades
se están difuminando entre los grises, marrones y negros; poco color le queda
al mundo del arco iris. La infección se ha extendido por todo el orbe y
convertida en pandemia va, lentamente, aniquilando toda belleza y todo atisbo
de vida digna y honrada. Es lo que tiene el crecer por el crecer y solo para que
unos pocos espabilados en las artes de la trola, vivan a costa de todo y de
nosotros.
Su voluntad es acabar con este mundo, llevan siglos
intentándolo, y cada día que pasa lo tienen más cerca, pues nada hay para
pensar en lo contrario. Se convertirán en los ganadores, en los vencedores de
una larga y milenaria guerra. Supieron entender que no se trataba tan solo de
ganar con las muertes de unos pobres cuerpos, que al final siempre son
reemplazados, si no de aniquilar al espíritu que anida en todos nosotros, aquel
que nos daba y procuraba la fuerza y el ánimo para revertir los daños del mal e
intentar su derrota. Ya lo tienen conseguido porque tan solo somos una masa de
inopes y desolados cuerpos perdidos y agostados en las ciudades inhabitables
que nos construyeron para aislarnos y controlarnos más fácilmente bajo las
luces de neón. Toda fe en un mundo mejor para todos, y tras tanta y tanta
mentira, ha sido desterrada, desvirtuada, tergiversada, anulada. Ya ni creemos
en nosotros mismos porque, arrebatados de nuestra fuerza anímica, hemos sido
derrotados como civilización, como pueblo y raza, como el ser supremo de
cuantos habitan este planeta. Hastiados y Vencidos. Sin apenas atisbo de la
Inteligencia que se nos dio como semejantes de nuestros Creadores. El mayor
atributo posible al servicio de la destrucción, en eso hemos convertido al
mayor Don de la Creación.
El mundo se está muriendo, lo están rematando y somos
incapaces de evitarlo, ya no tenemos fuerzas ni el ánimo suficiente para
oponernos. Nos han robado el espíritu de la vida. El mundo ya es completamente suyo
y están matándolo lentamente con total impunidad. Ni los viejos dioses son
capaces de parar tanto desastre, sea que ellos propugnen tales crímenes o,
cuando menos, sea que son cómplices de la deriva por la que nos conducen los
falsos adalides de este pequeño universo desnortado, incivilizado y
salvajemente capitalista. Tampoco los nuevos dioses han dado muchas muestras
para venir en nuestra ayuda y se mantienen al margen.
Me lleva esa sensación a pensar que esta Humanidad ha sido
abandonada a su suerte y, al contrario de lo que siempre sucedía en las
películas del Oeste, los malos están ganando. No hay ningún séptimo de
caballería cabalgando en las cercanías que nos salve de los indios malos. Cuando
fuimos mayores caímos en la cuenta de que los buenos no eran los rostros
pálidos sino los indios. Siempre nos han engañado y nos creímos el engaño. La
cuestión es que, ahora, cuando ya eres mucho más mayor ya no te queda tiempo
para descubrir tanta falacia y si la descubres, pues, como que te quedas en
cuadro y bloqueado y hastiado. Después de todo, uno no es más que un tonto más
del redil.
Esto es lo que hay,
congéneres amigos.
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