Dos cuerpos sobre el polvo de una tierra dura, seca y
ardiente; dos cuerpos con polio en sus piernas; dos cuerpos casi inertes por el
hambre que los mata lentamente; dos cuerpos que otros contemplan sin darles
importancia alguna, son solo dos cuerpos más y no son autosuficientes. Ojos
vacíos, sin mirada más allá del suelo de una tierra desgraciada.
Dos cuerpos olvidados incapaces de moverse, dependientes de
la ayuda ajena; dos cuerpos que se mueren y apenas alcanzan los diez; dos
cuerpos negros reducidos a la nada. Una hermana, no mucho mayor, que les trae
el agua desde kilómetros y los lava y los tiende sobre una estera y los tapa.
Dos cuerpos que alcanzan unas galletas que unos turistas dieron a la hermana
Jane. Apenas fuerzas para masticarlas. Sam y Esther son sus nombres. Dos
cuerpos, dos seres humanos, dos seres hechos a imagen y semejanza de un dios
falso, que se regocija con el sufrimiento de sus creados. Creados, más
entretenidos en su hipócrita adoración que en la salvación de sus iguales.
Incapaces de romper esa maléfica unión con quien se nutre de su sufrimiento y
de su sangre. Dios de guerras y de separaciones, de egoísmos, de esclavitudes,
de mentiras y falsedades inoculadas en los siglos que impiden saber de la verdad.
Le adoran, le permitimos que continúe con sus maldades sobre nosotros y le
vitoreamos.
Semana santa y de pasión, semana de autosatisfacción, semana
de fiesta y jarana, semana de dilapidación de los recursos financieros, semana
de boatos, trajes y corbatas, de las mejores y más caras galas, semana de
hipocresías y mentiras, semana de flores cortadas, de platas y oros, de sedas y
rasos. Semana santa de imágenes blasfemas a las que les rinden cultos y
pleitesías como si fuesen representaciones de algo más allá de la materia con
la que fueron hechas. Ignorancia pretendida, deseada para calmar las propias
sin razones. Fe, dicen, y con ella se auto vanaglorian y auto convencen. Si el
Cristo volviera, que volverá, se espantaría de lo que, de sus enseñanzas, hicimos.
Nada ha quedado del amor al prójimo. Mientras, cuerpos como los de Sam y Esther
yacen en la tierra, enfermos, con hambre, sin fuerzas, esperando la muerte
antes de los diez.
Pero aquellos, todos aquellos, están felices y satisfechos
con su fe, que, siendo ciega de principios y razones, es fácil de seguir.
Jane, aunque pueda andar y valerse por sí misma, no se olvida
de sus hermanos. Hace lo que puede por ellos, con las pocas fuerzas y recursos
con los que cuenta. Jane si rinde culto al buen dios, al verdadero y no lo
sabe, ni falta que le hace, ni hace ostentación alguna de su hazaña diaria.
Jane es capaz de cuidarse a sí misma, pero no olvida a sus hermanos. No tiene
nada más que a ellos y siendo una carga para ella, los cuida como puede, nunca
les hará daño, son sus hermanos.
Sigan desfilando, procesionando, disfrazándose, sigan siendo
felices con su teatro de marionetas, mientras, no lo olviden, hay miles de
millones de hermanos sufriendo su despilfarro.
Muchos de ellos, incluso, muy cerca de ustedes.
Pero, que por nada, se alteren sus espíritus satisfechos,
calmados y sosegados, sigan el camino que les indicaron, que, quizás, les
salve. Que eso les contaron los suplantadores de la verdad, sigan.
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