En esa dicen que estamos
aquellos que han buceado en los libros más viejos y en las leyendas más
antiguas. Y quizás estemos presenciando su final, sin ser muy conscientes de
ello o sí, y todo, a pesar de la histórica transcendencia del hecho y de las
devastadoras consecuencias inherentes a esa situación. En los 4.470 millones de
años que tiene el suelo que pisamos, yo creo que caben cinco y más
civilizaciones, por muchos miles de años que lleve conformar y desarrollar cada
una de ellas.
Esta civilización nuestra
probablemente se inició doce o catorce mil años antes, cuando las aguas del
gran diluvio comenzaron a retirarse dejando libre a tierras nuevas y a unos
supervivientes del cataclismo totalmente desnudos, despojados y en la más
absoluta miseria. Civilización que, a su vez, también quedará plenamente olvidada
por aquellos que logren superar la cronológica hecatombe.
Los museos del mundo
mantienen escondidos, a los ojos de los visitantes, infinidad de objetos
hallados en excavaciones arqueológicas, por la sencilla razón de no
encontrarles una explicación lógica de acuerdo con el relato que nos han ido contando
siglo tras siglo. Por eso los ocultan. Cuando no se tienen respuestas que casen
con lo establecido lo que hacemos es ignorarlas, es mucho más fácil y evita
muchos calentamientos de cabeza al puzle de nuestro pasado. Además, puedes
poner tu vida en riesgo, porque aquellos vigilantes de que el relato construido
continúe, no te lo permitirán.
Pocas cosas son las que
sobreviven al paso del tiempo, al recuerdo y a los desastres cósmicos que nos
afectan, pero haberlas las hay, escondidas y deliberadamente ocultas a la
verdad histórica del ser humano.
La ciencia, tan empírica
ella, no da crédito a las especulaciones. O casa o no casa y punto. Lo que
ocurre es que la ciencia, la que tenemos, no entiende de todo, a pesar de los
grandes avances que se han hecho en los tres o cuatro últimos siglos. Todo lo
demás, el conocimiento que nos ha ido llegando no proviene, en su origen, de
ciencia alguna, sino más bien de relatos que, contados o escritos subjetivamente
y sujetos a supersticiones y a intereses prejuzgados, nos fueron legando
nuestros ancestrales y presentes vigilantes. Y, en base a esos relatos, se fue
creando una realidad de ideas, conceptos y conocimientos que pueden,
paradójicamente, no tener nada de veracidad pero que hoy son los que conforman
nuestro paradigma. Yo así lo creo. La mayoría de ellos están basados, encima,
en eso que llamamos religión y que no es otra cosa que una muy buena tapadera
de la verdad y del conocimiento auténtico del que tanto nos han alejado
conscientemente.
En el inicio de esta quinta
civilización no había lugar a la ciencia y puede que eso sea lo que explique
todo, porque la cuarta se esfumó en un plis-plas, como todas las anteriores no
dejando prácticamente nada en píe; que eso tienen los cataclismos: que acaban
con todo a la vista y te obligan a un reinicio completo y en la más precaria de
las situaciones, donde los sacerdotes del momento, erigidos en los máximos
depositarios del saber, aprovechan para estrujar la ignorancia y el miedo de
todos los desvalidos y desamparados que sobreviven al cataclismo cronológico.
Que alguien descubra en una
excavación arqueológica un objeto, como aquella muñeca de “El Planeta de los
simios”, trastoca con el relato que nos han ido contando y, de aceptar su
existencia, significaría reescribir todo cuanto ha estado dado por cierto y
verdad hasta ahora. Nuestras estructuras, esas en las que hemos estado basados:
sociales; económicas; culturales; religiosas y filosóficas, se derrumbarían.
Sería del todo necesario volver a escribir todo y poner cara de pánfilo y dejar
que llueva, esperando a que un nuevo ser, realmente humano y cuasi divino,
renazca.
Quizás esa verdad, que tan
celosa y beligerantemente nos ha sido ocultada, no guste a nadie. Quizá hasta
cueste comprenderla y quizá, también, reneguemos de ella después de conocerla
por traernos tanta asunción de responsabilidades. O no, que eso estaría por
ver. En cualquier caso, lo que subyace es dar respuesta a la pregunta que todos
nos hemos hecho en alguna ocasión: ¿De dónde venimos y adónde vamos? ¿Qué somos
en realidad? ¿Cuántos más como nosotros, seres inteligentes y dotados de un
espíritu, hay por ahí en ese infinito Universo? ¿Quién es Dios?
Pero lo que es del todo
necesario es librarnos de la esclavitud a la que estamos sometidos, cada vez
más, por esos vigilantes de la verdad oculta, porque un pueblo esclavo no es
digno de su esencia, ni dueño de su presente y futuro, ni tampoco está
capacitado para dar los pasos necesarios en su evolución de seres espirituales.
Y sí no, que no nos hubieran creado como dice el Génesis en I, 26-27 a “…Nuestra Imagen y Semejanza…”
Con ese desconocimiento de
la verdad sobre nosotros mismos, esos vigilantes se han dedicado a instruirnos
en el arte de guerrear y en el de mantenernos divididos. Es de ahí, de donde
ellos obtienen grandes riquezas que aumentan su poder sobre nosotros. Nos han
dividido en infinidad de subdivisiones para crear rivalidades inexistentes. Y
su logro más conseguido: Crear Pobreza donde no tendría que haberla. Ellos,
esos vigilantes, acaparan toda la riqueza, que, paradójicamente, producimos
nosotros. Por eso somos sus esclavos. Ellos nunca fueron a guerra alguna, ni
bajaron a los túneles de las minas más oscuras, ni navegaron en las aguas más
tormentosas. Ellos nunca pasaron frío, ni hambre, ni fueron obligados a emigrar
de sus tierras en busca de sueños repletos de mentiras y engaños. Somos su
ganado simplemente porque desconocemos lo que ellos sí conocen, por eso velan
tan arteramente en ocultarnos la verdad.
Con todo y con un mundo cada
día más convulso no vendría mal abrir todos esos cerrojos a la verdad, vencer a
esos vigilantes y destronarlos, desenmascararles y que cuando el fuego llegue,
que llegará, nos encuentre a todos bien dispuestos y en orden para la gran
purificación de nuestras pobres, desamparadas y míseras almas.
Sería un buen colofón para
esta QUINTA CIVILIZACIÓN.
La sexta ya se verá…
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