Por estos inútiles señoritos del Partido Popular. En sólo seis meses han dado tantas y tantas cuchilladas a este desgraciado País que, hoy, ya se encuentra moribundo. Mentiras sobre mentiras, ineptitudes, cobardías, traiciones a sus votantes, engaño tras engaño. No han sido capaces de dar ni una sola puntada en blanco. Son ineptos y prepotentes. Nunca tuvieron credibilidad alguna y ya han perdido hasta la vergüenza. Les importa tres rábanos que España se hunda en la miseria, ellos siguen apuñalando.
Dentro aún es posible que quede
algún tonto rematao que los defienda, pero, fuera de nuestra tierra, se
descojonan de tan ilustres e iluminados personajes del siglo XVIII. INEPTOS, es
lo que son, unos ineptos redomaos.
No les cansaré con los datos que
ahí están, en la realidad del día a día a punto de explotar. Exceptuando las
alabanzas hipócritas de sus palmeros mediáticos que esperan el premio a su
ceguera y los dineros que llegan para mantenerlos.
Desconozco el pecado cometido por
esta vieja España para tamaña penitencia. Pero siendo la reserva espiritual de
occidente y pagando lo que les pagamos, no lo consigo entender. Será que tanta
misa nunca han servido para nada. Será que la redención no nos viene por ahí.
Así que nos toca despertar a
tanto engaño o nos van a dejar con lo puesto y en la puerta.
La petición de dimisión de este
gobierno y de todos los gobiernos autonómicos ha de oírse en La Aconcagua. La
situación de España no es difícil, es trágica. La corrupción abarca a todos los
estamentos de la Administración del Estado (desde la casa real hasta el
ayuntamiento más pequeño), al sistema financiero y bancario, al empresarial y
al religioso. Un Estado sustentado en la corrupción, es un Estado muerto. Y si
el Estado está muerto, el Estado no tiene ni las fuerzas, ni las garantías, ni
las legitimidades necesarias para su curación.
Es necesario otro Estado. O somos
capaces de entender la necesidad de ello o nos vamos por la alcantarilla donde
van los desechos que nadie quiere. El Estado ha de ser debidamente limpiado de
tanta inmundicia y de tanta depravación. El Estado ha de ser curado de la peste
que lo mantiene corroído. Ha de volver a ser digno.
Es necesaria e inmediata una
revolución de los administrados, porque, si somos nosotros los que mantenemos a
ese corroído Estado, ¿qué leches estamos haciendo cuando permitimos el
apuñalamiento de nuestras estructuras sociales, económicas, empresariales,
políticas y judiciales? De no haber respuesta, consentiremos a los navajazos, a
nuestro asesinato como País. Ya está agonizando, apenas respira, sólo sollozos
en el eco del vacío.
¿Hay alguien ahí? ¿Queda alguien?
¡Lástima de País! ¡Lástima de
ciudadanos! Todos corren hacia la alcantarilla, convencidos, sumisos y con lo
puesto. Sin catarsis alguna.
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