jueves, 5 de septiembre de 2013

EL TEATRO DE TODAS LAS MENTIRAS Y TRAGEDIAS

Decía José Saramago (1922-2010) que “En ningún momento de la historia, en ningún lugar del planeta las religiones han servido para que los seres humanos se acerquen unos a los otros. Por el contrario, sólo han servido para separar, para quemar, para torturar”

Al igual que yo, también usted coincidirá totalmente con la aseveración del humanista, porque esa y no otra es la realidad. Toda nuestra historia lo confirma y nuestro presente en el Próximo Oriente lo ratifica. La más sangrienta de las batallas está fraguándose y quizás sea la última antes de nuestro propio fin por el imperativo legal de un Cosmos en continúo movimiento y agitación.

En el principio era el hombre politeísta y hace unos dos mil años pensó en hacerse monoteísta. Un solo dios sería más sencillo, pensarían nuestros ancestrales sumos sacerdotes, para que las gentes entendieran el asunto éste de lo religioso y así el cegado acatamiento de la obediencia, más fácil. El caso es que tampoco se llega al uno, pues nos advierten de que hay una trinidad que, además, es santa. O sea que son tres. La cuestión es que el fenómeno religioso para lo único que ha servido es para mantener a las gentes de todos los siglos y condición en la más absoluta ignorancia, en la más absoluta desigualdad y en la mayor de las complacencias y conformidad posibles. “Qué dios te lo pague”, “Qué dios te perdone”, “Qué dios te lo premiará”, “Qué dios es bueno y perdona a todos” “Qué hay un cielo y un infierno” “Paga tus deudas”. Todo falso.

Comenzó el hombre creyendo que dios era el sol, el agua y el aire, pues la mera observancia de la falta de cualquiera de ellos supondría la ausencia de toda vida que conocemos. Ésta no sería posible sin la interdependencia de esos tres elementos, tan magistralmente orquestada. Así, desde el principio de los principios, el hombre adoraba al sol, al agua y al aire, como benefactores máximos de su propia existencia, sus dioses al fin y al cabo y qué bien hubiéramos hecho de conservarlos sin necesidad de aumentar el panteón, que a tanta desgracia secular nos ha conducido.

Al paso de los siglos, el hombre fue aprendiendo más cosas, a pesar de los pocos, y entendió que nuestro planeta no estaba solo, que éramos uno más en un sistema solar perdido en un galaxia y que ésta era una más de los miles de millones de galaxias conocidas hasta ahora. Y comprendió que ese concepto de ser superior tendría que ser, cuando menos, más complicado, más complejo y, de tanto, inalcanzable a nuestro corto nivel y primitivo intelecto. Una búsqueda de otras inteligencias, de otros seres agraciados con la máxima evolutiva, hubiera sido lo más razonable. Búsqueda oculta bajo los intereses del desconocimiento obligado e impuesto por las castas. Y máxime cuando la arqueología tantas y tantas pruebas nos ha dado de su presencia junto a nosotros y que bien podríamos hablar de un dar vueltas a una rueda milenaria de la que no conseguimos salir.

Sin embargo, todo queda reducido a una serie de conceptos que impiden la razón y apelan a aquello tan manido de la fe, que no necesita de la característica más sobrenatural de la propia creación: La Inteligencia. El más grande acto de un ser casi divino –el hombre- al que, unos pocos, quieren durmiente, silente, absorto y alejado de su máxima condición y de las posibilidades que ésta conlleva de acercamiento real al Ser Supremo.

Quizás, o no, para continuar con la estrategia secular de la dominación de unos pocos sobre la inmensa mayoría, procurando la ocultación de toda verdad y del alumbramiento de todas las capacidades inherentes a la inteligencia con las que el creador nos dotó. Creador que no dios. Encerrados, pues, entre los barrotes de la impuesta limitación cognitiva por nuestros propios creadores “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Génesis) se hace necesaria la pregunta de que ¿Para qué fuimos creados? ¿Quiénes son realmente nuestros creadores? ¿Qué sentido tiene crear un vehículo que alcance los 500 km./hora, si no podrá ir a más de 120?

“La ocultación de ideas molestas puede que sea corriente en la religión o en la política, pero no es el camino a la sabiduría y no tiene sentido dentro de la tarea científica” “Sabemos quienes hablan en nombre de las naciones, pero ¿Quién habla en nombre de la especie humana? ¿Quién defiende a la Tierra? (Carl Sagan)

“Las doctrinas religiosas y las mitológicas de la maquinación humana son aquí los principales objetivos de ajuste y control. Puesto de una manera cruda, estamos siendo manipulados por nuestros propios sistemas de creencias, que a su vez son implantados, influidos y guiados por fuerzas “alienígenas” que están fuera de nuestras identidades conscientes” (J. Allen Hynck 1910-1986 –astrónomo, ufológo-)

Son los ángeles caídos, los extraterrestres desviados, los que nos gobiernan en este planeta tierra. Son ellos y los secuaces terrenos los responsables, quizás, de nuestra propia existencia. Nos crearon para servirles como esclavos y aún lo seguimos siendo. Las estructuras de poder que conocemos llevan miles y miles de años siendo exactamente las mismas, sólo perfeccionadas y adecuadas a los nuevos tiempos. La guerra, el instrumento final del que se sirven para imponer su “voluntad divina” Todo manejado desde la mentira de todos sus preceptos y que ellos convierten en verdad.

“El Vaticano es el verdadero controlador espiritual de los iluminati y del nuevo orden mundial. Mientras, los jesuitas a través del papa negro, controlan realmente la jerarquía vaticana y la iglesia católica romana” (Gerard Bufford –ex arzobispo de Guatemala, expulsado por el Vaticano)

“Durante la mayoría de los cónclaves, en vez de manifestarse el espíritu genuinamente evangélico de los cardenales allí reunidos, lo que salió a relucir, y a veces de una manera descarada, eran las ambiciones humanas, las envidias, las intrigas y todos los defectos humanos que afloran en las elecciones para puestos públicos” (Salvador Freixedo –ex sacerdote jesuita)

Todo son estructuras para el engaño a las gentes. Sofisticados mecanismos que crean confusión y angustia y procuran el abatimiento de los individuos. Estructuras de hermosos significados y contenidos que jamás logran sus objetivos teóricos. Todo son trampas. Chantajes, coacciones y engaños. Nuestro mundo, nuestra vida entera es tan solo una gran estafa. Porque ninguna de las estructuras –que tanto nos cuestan- creadas para el beneficio del hombre ha cumplido con su objetivo. Igual que decía Saramago con las religiones. Deduzcamos entonces que vivimos en una completa farsa o, como decían los clásicos, en un puro teatro. Teatro de tragedias que no de comedias, que bien distintas son unas de otras.

Somos, a la vista de todo esto, una especie, una civilización perdida que no ha procurado, siquiera, el gozo de la vida que nos fue regalado. Que continuamos cumpliendo una penitencia por un pecado cometido por aquellos que nos crearon “a su imagen y semejanza” y del que parece que nunca seremos liberados. Porque, no es que se prodiguen mucho, pero los ángeles no caídos, los extraterrestres fieles a los principios del cosmos, nos tienen un poco olvidados. Han pasado unos miles de años desde su último intento de redimirnos, intento fallido como sabemos, y aquí seguimos sufriendo este infierno en el que los otros convirtieron a este bello planeta, con la inestimable y necesaria ayuda de los más avispados de nuestro género, que hacen de la codicia y avaricia las fuentes de su poder terreno. Morirán como todos nosotros, porque no otro es su fin. Pero lo habrán hecho ayudando a los malignos y eso nunca les será perdonado por el verdadero Creador que los mantendrá en la mayor de las oscuridades evo tras evo.

Mientras tanto, vayan tomando asiento y observen, que LA FIESTA DEL TEATRO DE LA TRAGEDIA va a dar comienzo. El escenario será pasto de las llamas, los actores e intérpretes aniquilados y nosotros, los simples espectadores de una obra que nunca fue nuestra, las victimas inocentes de un panfleto impuesto y en el que nunca nos dejaron participar.

Es probable que nuestro tiempo y ciclo (13.525 años) estén próximos a su fin y, tras la desaparición de lo viejo, obsoleto y enviciado, vuelvan las verdaderas sangres reales para hacer cumplir el único mandato cierto y verdadero:

“Vivid y disfrutad del Paraíso,  
que ya no hay más pecado".

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