martes, 17 de diciembre de 2013

EL MORIBUNDO CAPITALISMO SIGUE VENCIENDO EN SU BATALLA FINAL.Sus últimos coletazos están arrasando con el ser Humano, convirtiéndolo en un despojo más de su sistema productivo.

El capitalismo neoliberal y salvaje, que se nos impuso a partir de los años ochenta, se sabe muerto y sin futuro. Su intrínseca  vorágine desconoce la saciedad y en ese camino hacia la nada, está destruyendo todo cuanto a su paso se antepone. La mediocridad y bajeza de las democracias más avanzadas, con sus máximos políticos a la cabeza, se han limitado a contemplar el sendero sin sentido al que se unieron con la esperanza de quedar, ellos, a salvo con las migajas del expolio de las grandes corporaciones que, como Aníbal y sus elefantes, destruyen cuanto tocan y pisan. Alcanzado el culmen, todo ha sido subvertido, absolutamente todo, hasta los principios más elementales y básicos. El dinero es nuestro moderno dios y nada sin él es posible, ninguna vida humana es viable si no cuenta con él y, así, todo el que haya y esté donde esté, les pertenece y lo quieren y nos lo roban a nosotros,  que solo lo utilizamos para poder vivir, sobrevivir en este mundo que piensan que solo les pertenece a ellos. La vida ha sido reconvertida en un gran mercado, donde todo se compra y se vende y donde los beneficios son privatizados en manos de unos pocos. Pero la vida no es eso, no puede serlo.

Un mundo que continúa pertrechado y moviéndose a través de la mentira, no puede más que profundizar en ella a través de la esquizofrenia y de la paranoia. Todos, presos de la locura cultivada y esparcida por las mentes más maquiavélicas posibles, por las mentiras más enormes siempre contadas en toda nuestra más arcaica y presente historia. Pues nada bajo este sol que nos da la vida es cierto. Absolutamente todo bajo las estrellas, que ya ni vemos en la noche, es una vil y soez patraña. Desde nuestra remota existencia hasta nuestros días, todo está sustentado en la mentira más burda, en una compra-venta de mentiras ficticias y efímeras.

Qué, entonces podemos esperar. Más bien poco o nada, pues tales son los barrotes que nos mantienen encerrados en el paradigma de lo falso y erróneo. Los que antes aprenden el uso y la artimaña de la mentira cuentan con ventaja y llegados,  casi al final de este ciclo, las mayorías silenciosas y silenciadas serán aniquiladas en favor del capital y del cinismo que lo sustenta. Para eso hacen y aprueban las leyes que les convienen a ellos, suben los precios y nos arrebatan los trabajos y nos bajan los salarios, nos roban nuestras casas y nos sirven el hambre y la miseria en bandejas de fino papel fungible. Legislan para aumentar nuestros miedos al usurpado poder, para nuestra aniquilación total.

Así, si aún conservaba alguna esperanza, deséchela, pues de nada le valdrá, no hay posibilidad alguna para la esperanza porque, si aún no le ha alcanzado el dolor ni la angustia, no se crea a salvo, irán a por usted. Hemos sido todos contaminados con las mismas bacterias y con los mismos virus de la maldad y de la fealdad, no se crea ni piense ser inmune, solo es cuestión de que llegue su tiempo, su momento y le llegará de seguro, porque el camino está trazado. Les seguimos la corriente y las pautas que nos marcan, la mayoría sin darse ni cuenta del engaño, y todos caemos entre sus redes. Por algo somos sus víctimas. Su supremacia pasa por adueñarse de nuestros espíritus y en eso se aplican, adueñarse de nuestras voluntades y almas, al más bajo precio. Y el mundo, cada día que pasa, es aún más feo y más mala pinta tiene. Sus tonalidades se están difuminando entre los grises, marrones y negros; poco color le queda al mundo del arco iris. La infección se ha extendido por todo el orbe y convertida en pandemia va, lentamente, aniquilando toda belleza y todo atisbo de vida digna y honrada. Es lo que tiene el crecer por el crecer y solo para que unos pocos espabilados en las artes de la trola, vivan a costa de todo y de nosotros.

Su voluntad es acabar con este mundo, llevan siglos intentándolo, y cada día que pasa lo tienen más cerca, pues nada hay para pensar en lo contrario. Se convertirán en los ganadores, en los vencedores de una larga y milenaria guerra. Supieron entender que no se trataba tan solo de ganar con las muertes de unos pobres cuerpos, que al final siempre son reemplazados, si no de aniquilar al espíritu que anida en todos nosotros, aquel que nos daba y procuraba la fuerza y el ánimo para revertir los daños del mal e intentar su derrota. Ya lo tienen conseguido porque tan solo somos una masa de inopes y desolados cuerpos perdidos y agostados en las ciudades inhabitables que nos construyeron para aislarnos y controlarnos más fácilmente bajo las luces de neón. Toda fe en un mundo mejor para todos, y tras tanta y tanta mentira, ha sido desterrada, desvirtuada, tergiversada, anulada. Ya ni creemos en nosotros mismos porque, arrebatados de nuestra fuerza anímica, hemos sido derrotados como civilización, como pueblo y raza, como el ser supremo de cuantos habitan este planeta. Hastiados y Vencidos. Sin apenas atisbo de la Inteligencia que se nos dio como semejantes de nuestros Creadores. El mayor atributo posible al servicio de la destrucción, en eso hemos convertido al mayor Don de la Creación.

El mundo se está muriendo, lo están rematando y somos incapaces de evitarlo, ya no tenemos fuerzas ni el ánimo suficiente para oponernos. Nos han robado el espíritu de la vida. El mundo ya es completamente suyo y están matándolo lentamente con total impunidad. Ni los viejos dioses son capaces de parar tanto desastre, sea que ellos propugnen tales crímenes o, cuando menos, sea que son cómplices de la deriva por la que nos conducen los falsos adalides de este pequeño universo desnortado, incivilizado y salvajemente capitalista. Tampoco los nuevos dioses han dado muchas muestras para venir en nuestra ayuda y se mantienen al margen.

Me lleva esa sensación a pensar que esta Humanidad ha sido abandonada a su suerte y, al contrario de lo que siempre sucedía en las películas del Oeste, los malos están ganando. No hay ningún séptimo de caballería cabalgando en las cercanías que nos salve de los indios malos. Cuando fuimos mayores caímos en la cuenta de que los buenos no eran los rostros pálidos sino los indios. Siempre nos han engañado y nos creímos el engaño. La cuestión es que, ahora, cuando ya eres mucho más mayor ya no te queda tiempo para descubrir tanta falacia y si la descubres, pues, como que te quedas en cuadro y bloqueado y hastiado. Después de todo, uno no es más que un tonto más del redil.

Esto es lo que hay,  congéneres amigos.


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