martes, 1 de agosto de 2017

SOBRE POLÍTICOS Y ADMINISTRACIONES, ¿DÓNDE ESTÁ SU PRODUCTIVIDAD?

No la busque, mi querido lector, porque no la encontrará en lugar alguno. Los políticos españoles son los menos productivos del mundo y sí los que más han dilapidado y dilapidan. El caso es que, además, tenemos demasiados por cabeza tributaria e impositiva ya sea ésta directa o en diferido y eso, lógicamente, hace que esa productividad baje cuando recurrimos a sacar cualquier media, porque este galimatías entre lo político y lo administrativo no hay quien lo cuadre.

Si a esa generalidad, le añadimos que suelen ser unos sinvergüenzas con el dinero público, la cosa empieza a ser preocupante. Ese dinero que nos recaudan a diestra y siniestra y también por arriba y por abajo, no lo dedican, la más de las veces, al fin honroso de mejorar lo público: la sanidad; la educación; los servicios sociales; los desempleados mayores de 55 sin prestación alguna; las desigualdades que el capital genera per se; las carreteras y autovías; las líneas de ferrocarril (Mucho menos si del AVE se tratara); las calles y avenidas de nuestros pueblos y ciudades; las costas y nuestras internacionales playas (No recordar a las del Mar Menor, que es una afrenta donde las haya) etc, etc, que usted bien sabe y padece, de seguro.

El caso es que sí han sabido y saben llevarse ese dinero que no les pertenece y eso, incluso, disfrutando de salarios muy por encima de la media nacional de cualquier trabajador de los de a ocho horas si lo tienen y, eso, sin contar con aquellos que echan bastantes más y con la misma pagamenta.  Añada la capitulación de éstos (Los políticos) ante esos millones de funcionarios que bien han sabido mantener sus honorarios y puestos a pesar de su improductivo trabajo y su puesto de trabajo garantizado. Pocos serían los que resistieran un estudio de su productividad y solo tomando como base lo que en ellos se invierte y lo que ellos devuelven, tendríamos un acertado resultado. Alguna excepción habrá, estoy seguro, pero no es lo habitual.

No ha bastado la creación de más y más estructuras administrativas que, en la mayoría de los casos, son solo estructuras de intermediación, sino que el maremágnum de leyes, disposiciones, reglamentos, ordenanzas, decretos y demás estulticias han aumentado de forma exponencial y que se han pergeñado, teóricamente, en el favor y la búsqueda  de una metodología que eludiera la corrupción, el despilfarro y, en general, como forma de evitar el gasto inútil y la dilapidación de los recursos con los que los dotamos. Hemos comprobado en carnes propias que tales objetivos no han sido cumplidos, pues esta última crisis, que aún nos acompaña, ha descubierto la mayor corrupción posible en un Estado que nunca ha sido de Derecho y si de pernada. Así, tal enciclopédico mastodonte legislativo, no ha servido para evitar lo que pretendía evitar: El despilfarro, la pésima y deshonrosa administración de nuestros recursos.

Desde eso que conocemos como LO PÚBLICO, nos han limpiado hasta las telarañas de las esquinas más altas. De nada sirvieron tales reglamentos ni ordenamientos, porque, por encima de todos ellos, había personas. Personas DEPRABADAS bajo apariencias de servidores públicos. Y tanto en los políticos como en los funcionarios, que tanto se necesitan los unos de los otros a la hora del reparto.

Así que hemos aprendido que tanta normativa no es garantía de eficacia, ni de buen gobierno. Y también hemos aprendido que tanta normativa y reglamento solo conducen a un aumento de la burocracia, del tiempo en la resolución de los problemas y en la ejecución de los proyectos ya sean éstos de iniciativa pública o privada, además de un aumento del personal que ha de mover los papeles de un lugar a otro tras los pertinentes estudios y proyectos; el técnico de turno; la mesa; la comisión; la junta y el pleno si es menester, que lo será.

Este es el tremendo resultado: LA INEFICACIA TOTAL que se traduce en una IMPRODUCTIVIDAD insoportable para cualquier economía moderna.

Si para poner cuatro ladrillos, asfaltar una calle, arreglar una acera, para hacer un jardín o reformarlo, si para pintar cuatro rallas, si para lo que haya que hacer se tardan meses y meses de papeleos que van y vienen, todo ello significa INOPERANCIA y pésima gestión. Luego, esos administradores bien que piden productividad a los demás del sector privado con salarios de 600€ y solamente para que las estadísticas no se les disparen en contra y que, inevitablemente, se les disparan porque el núcleo alrededor del que todo gira es un verdadero sinsentido, un verdadero agüjero negro, no cósmico sino terrenal, y que todo se traga. ¡Espere usted a mañana! Como si del siglo XVI se tratara, los asuntos llevan semanas y semanas; meses y meses; algunos, años y otros, décadas y décadas, y aún sin resolver y las que aún le quedan. Con estos mimbres jamás, España, será productiva.

Esos políticos no son políticos, son elementos bien acomodados en ese monstruo que engulle todo lo posible e imposible de su periferia, restando a toda ella no ya a un buen vivir, sino de una vida digna. La recompensa esperada a tanto esfuerzo de generaciones pasadas y actuales, queda engullida por tan mala y pésima administración puesta al servicio de unos pocos avispados que, como en el juego de la oca, van de una a otra, tirando porque les toca sin resolver jamás alguno de los problemas.


Esos políticos no son políticos, son elementos allegados a la fuente del maná para disfrutar a tutiplen de ese carnívoro depredador en que han convertido eso que conocemos como SERVICIO PÚBLICO y que ya no lo es. Ese monstruo insaciable es quien manda, dirige y lo engulle todo, no lo olvide, y además no cumple con el objetivo para el que se le mantiene: Que no debiera ser otro que hacernos la vida mejor y más fácil, que para eso les pagamos. ¿O no?

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