sábado, 14 de marzo de 2020

Todos amamos el Mar Menor

¡Menos mal!

Me pidió mi amigo y compañero de letras, Jesús Pons, que escribiera algo relativo al Mar Menor con el objetivo de recoger en un libro todas las opiniones, pareceres y vivencias que en relación a ese entorno natural único, hubiéramos sentido en nuestras vidas todos aquellos que participamos en la confección del mismo. Me pongo a ello.

Mi primera experiencia tuvo lugar en la que fue la única vez que mis padres decidieron ir a veranear unos días a Los Nietos. Tendría yo unos cuatro o cinco años y estamos hablando del verano del 1962 ó 63. Mi padre alquiló una de las barracas de madera, que sobre la arena tenían instaladas para ese fin, y con su moto de 125cc., una preciosa y elegante Rondine Sport, nos fue llevando en ella, trastos aparte, desde nuestra casa de la C/ S. Isidoro, 33 (Por cierto, la casa donde nací una fría tarde-noche del 31 enero de 1958) en el poblado de la refinería en el Valle de Escombreras, y, como les decía, nos fue llevando como pudo a los siete que éramos de familia. Entonces podían ir a bordo tantos como pudieran ir sujetándose unos a otros, apiñados y sin casco. De aquella experiencia veraniega, dos cosas se me grabaron de forma inmediata y nunca las he olvidado. La primera, que el suelo de la barraca era la propia arena. Estábamos en primerísima línea de playa, y en el centro de habitáculo, colgando del techo, caía una bombilla desde el propio cable que la alimentaba y que, sin tulipa alguna, era la única luz nocturna de la que disponíamos. Tenía que ser de 100 vatios, como poco, porque deslumbraba un montón. El otro, el segundo recuerdo, reparaba en que día sí y día también, mi padre tenía que desinfectar, con alcohol ardiente, una aguja de costura con la que intentar extraerme los trozos de cristales y las púas de los erizos que se incrustaban en las plantas de mis pies bajo aquella intensa y desagradable luz. No recuerdo llantos, aunque supongo que no sería muy agradable que te estuvieran hurgando zona tan sensible y ya herida. En fin, creo que fueron solo quince días y que pasaron pronto.

Mi madre, que tuvo que trabajar sin descanso en aquellas cortas vacaciones, dijo que así nunca más, las condiciones eran, incluso para aquellos años, tercermundistas, y nunca más volvimos. Menos mal que para las mañanas de los domingos de aquellos veranos y años, la refinería nos ponía una guagua que nos llevaba, a todos los pobladores que quisiéramos, hasta los Parales en Escombreras, donde disfrutábamos lo que no está dicho. El Puerto de Escombreras aún era accesible al baño y veíamos peces, pulpos, estrellas y caballitos de mar junto a nosotros. Nos tirábamos desde las rocas y desde un espigón cercano y las aguas eran cristalinas y frescas. Pronto nos hicieron las piscinas en el poblado y el aumento de industrias condenó aquella zona portuaria como lugar de baño, hace décadas que ya no hay peces ni caballitos ni estrellas de mar, ni pulpos y la guagua que conducía el Sr. Faura, dejó de ir.

Centrándonos en el objeto de este relato, les diré que nunca me gustó el baño en el Mar Menor, siempre fueron aguas demasiado calientes para mi gusto y para que te cubriera algo tenías que andar y andar y en el fondo había muchos restos calcáreos de almejas y caracoles marinos. Más me gustó siempre el mar abierto y bañarme entre rocas, sin la, para mí, incordiante arena.

Independientemente de los particulares gustos y pareceres, lo importante es la existencia de ese Mar Menor. De cómo la Naturaleza, con todas sus circunstancias, supo crear tan singular espacio, tan bello como paradigmático y tan escaso en otros lugares de este mundo. A nuestra Naturaleza le llevó miles de años darnos tan único paraíso de mar y dunas y ahí ha estado sirviendo de fuente de vida a especies de animales y plantas y a nosotros también. Todo ese ecosistema siempre estuvo en la corriente de mantener el equilibrio perfecto desde un punto de vista ecológico y medioambiental. La vida discurría y la belleza paisajística hacían de él un enclave modélico, envidiable e incomparable para su preservación y para el disfrute todos los veranos de propios y visitantes. Un lujo disponible para todos.

PERO LLEGÓ EL HOMBRE DÍSCOLO…

…Y a finales del pasado siglo XX comenzó a joderlo todo. A este hombre del progreso, que solo le ha interesado e interesa el beneficio económico y particular de sus empresas, primero le pareció interesante construir a destajo, y en todas sus orillas crecieron y crecen edificios, casas, carreteras e infraestructuras mil. Y en solo 60 años, ese hombre del beneficio financiero ha sido capaz de cargárselo todo sin la menor contemplación ni mayor arrepentimiento. Y lo hizo con un devorador despliegue constructivo y sin sentido alguno para una estética urbana mínima, respetuosa y sostenible con el paisaje natural circundante. Han sido seis décadas de esquilmación de esos recursos naturales, primero con esa desaforada construcción y en los últimos 30 años, con la agricultura intensiva. Pusieron su vista en el Campo de Cartagena que bordea a todo ese Mar Menor. No fue respetado ni suficiente saber que la Naturaleza había considerado esa zona como de secano y que por algo lo habría hecho así. Trajeron el agua con el Trasvase del Tajo y esa amplísima llanura comenzó a verdear, reportando mucho dinero contante y sonante y a destajo a una minoría que, a día de hoy, son en su mayoría de intereses foráneos. Se vuelve a repetir la vieja historia: Vienen capitales extranjeros, explotan los recursos hasta agotarlos y, hecho el negocio, se marchan y ahí te dejan un berenjenal del que nadie se hace responsable. Es aquello de la privatización de los beneficios y la socialización de las pérdidas.  

Con esa abundante agua modificaron la fisonomía del entorno. Eliminaron los aterrazamientos que durante cientos de años otros hombres habían diseñado para retener las escasas aguas de lluvia y a las propias tierras. Ahora ya no eran necesarios, porque se había cambiado de un modelo con escasez de agua a una agricultura intensiva y los tractores y demás maquinaria no debían contar con obstáculos y sí de parcelas amplias. También variaron los cursos naturales de las ramblas según a la  conveniencia de esa nueva agricultura y a la de las nuevas construcciones.

Actualmente, con esas modificaciones, las tierras junto a los vertidos de tanto regadío y sus residuos de plásticos, pesticidas, herbicidas, nitratos, abonos súper nutritivos vierten fácil y alegremente al Mar Menor, colmatando y matando sus fondos y su vida. Las consecuencias son mortales para la laguna salada. Y no han sido las cremas solares las causantes del desastre. Tanta agua ha hecho subir el salobre acuífero cuaternario que, al encontrarse a la misma cota de ese mar y que, con la aportación de esos desechos, provocan el aumento del fitoplancton e impide la llegada de la luz solar. De esta forma, las plantas del fondo mueren y el agua se hace verde, como ocurre en las antiguas balsas de riego en las que las ranas y los sapos celebran sus ágapes nocturnos y los insectos proliferan que da gusto entre las babas.

En nombre del mayor de los cinismos y de la ignorancia, que es muy atrevida, le echaron la culpa a los últimos procesos climáticos, pero estos, lo único que han evidenciado es la hecatombe que se ha venido fraguando artificialmente en el Campo de Cartagena en las últimas décadas, con la agricultura y la ganadería y, en las riberas de ese Mar Menor, con una híper construcción sin ton ni son.

Si acaso, estas llamadas ahora DANAS sean la respuesta de la propia Naturaleza a tanta agresión por nuestra parte. Sean la defensa al despiadado ataque que le hemos y estamos haciendo. Sea que la guerra ha sido declarada porque la verdadera política y la verdadera economía han fracasado. Sea que el más fuerte saldrá vencedor y que serán otras DANAS, que están por venir, y que perderemos en todos sus embates, pues la Naturaleza es mucho más sabia que todos nosotros juntos y cuenta con armas mucho más eficaces para restablecer ese orden que nosotros hemos destrozado y, por desgracia, no solo aquí.

En este punto, en el de la transformación de estas tierras de secano a unas de regadío intensivo, tiene mucho que ver la renuncia de la ciudad de Murcia a seguir siendo la Huerta de Europa. Esta ciudad de Murcia, con su hegemónico empoderamiento gracias al Estado de las Autonomías y haciéndose la única capital –la provincial y autonómica- prefirió convertirse en una gran ciudad de servicios, superpoblada, súper edificada, súper asfaltada, súper contaminada y súper centralizadora de todos los recursos, antes de que se les continuara conociendo y llamando como huertanos o barrigas verdes, como si tales términos fueran ominosos y/o degradantes. Quizá fuera una forma de resarcirse, inconscientemente o no, de un ancestral complejo de inferioridad, del que, por otro lado, nadie más que ellos tienen la culpa. Optaron por ello y negaron todas las circunstancias y privilegios que la Naturaleza les otorgó gratis y que tan bien supieron desarrollar y aprovechar los árabes que vieron allí un vergel al que aportaron todos sus conocimientos y del que tanto se orgullecían. (En esa Vega del Segura, les sobra agua y hasta llegar a Guardamar, la tierra tiene suficiente recorrido para filtrar los desechos que genera la agricultura y llegar mucho más limpia al Mar Mayor) Eligieron y decidieron en convertirse así en lo que están siendo, en un lugar inhóspito, saturado y despilfarrador de recursos. Hoy, Almería es ya conocida como la Huerta de Europa. ¡Menudo negocio han hecho! ¡Menudo negocio nos han hecho a nosotros!

Otro punto muy importante a considerar en todo este proceso degenerativo del Campo de Cartagena y su Mar Menor, es la cuestión de la sierra minera de Cartagena-La Unión. Desde que a principios del pasado siglo XX acabara la explotación de la misma –iniciada desde la llegada de los romanos- nunca se hizo ni el más mínimo intento de recuperarla ecológica y medioambientalmente con el rigor y la seriedad necesarias, pudiendo reconvertirla en un excelente reclamo turístico, cultural y arqueológico. No olvidemos a la hermosísima bahía de Portmán, que aún hoy sigue sin ser recuperada, pese a los millones que se llevan invertidos en una regeneración fallida que nunca termina y los millones que no se ingresan por no disponer de un espacio natural como ese, que podría ser un enclave turístico de primer orden si se hicieran las cosas bien y no se estuviera barajando la construcción, justo a su lado, de un macro puerto de contenedores en El Gorguel. Cosa que pudiera producirse, porque siguen dirigiendo los mismos mercaderes-tenderos de siempre y políticos de poca talla para los que su único interés es el dinero rápido y contante y el puñado de votos con los que mantener la poltrona política. El que venga detrás que arríe, como tan bien saben hacer desde hace demasiado tiempo y como la tozuda realidad no está demostrando.

Repitamos: la privatización de los recursos y beneficios y la socialización de las reparaciones y pérdidas que aquellos provocan a su paso y, eso, si llegamos a reparar y que, de momento, no se ha hecho, ni visos de que se hagan algún día.

Pues bien, esta sierra minera es causante de escorrentías de lixiviados cargados con metales pesados: cadmio, plomo, arsénico, amoníaco, hierro y sales de todo tipo, que también desembocan en el Mar Menor y Mayor a través de ramblas y filtraciones subterráneas. Añadir la situación de las propias instalaciones mineras, que continúan degradándose día a día y que no han sido objeto de ningún tipo de regeneración o clausura alguna, con residuos altamente contaminantes en sus recintos y peligrosos para aventureros y senderistas. Décadas y décadas de abandono, de desidia, de dejación y de muerte en toda esa sierra y aledaños.

Esta no es una cuestión menor, pues parte de esos metales se han encontrado en analíticas de sangre y orina en niños y mayores que residen en poblaciones de esa sierra. Porque no todo transcurre por el suelo, los vientos también actúan y elevan a la atmósfera partículas que terminan por ingresar en nuestros organismos por el simple y vital hecho de respirar. Otro atentado al medio natural, a su esencia, su supervivencia y, por ende, a la nuestra.

Mi opinión sobre el Mar Menor es trágica, deplorable si quieren, pero es muy sincera y real y sepan que lo siento muy profundamente. Creo que nuestra joya medioambiental ha alcanzado una situación catatónica y se está muriendo lentamente pero de forma inexorable. Estoy convencido de que no va a ser posible recuperar su estado original, porque la obcecación y los particulares intereses de unos pocos no lo permitirán, como tampoco las competencias de las incompetencias de tantas administraciones repletas de burocracia inoperativa y costosísima. Vendrán más DANAS, más medicanes (ciclones tropicales del Mediterráneo) a quienes echarán las culpas de los desastres que están por venir y la triste y penosa desaparición de un enclave que fuera maravilloso y único. Porque para revertir esta situación, además de tantos y tantos estudios infructuosos, es necesario el sentido común, la generosidad y la sensatez y, además, hace falta mucho dinero, mucho, más aún y no lo hay disponible. Y lo más grave: El tiempo se ha pasado y, como decía más arriba, la guerra ya está declarada y la ganará quien más fuerza tenga…

… La gran perjudicada de todos estos procesos mencionados no es otra que Cartagena y su Comarca del Campo de Cartagena (Que incluye al Mar Menor) Sus habitantes, todos los de esta gran comarca, han sido vilmente expoliados y hoy nos han dejado con muy pocos recursos para afrontar un futuro inmediato que se presenta muy negro. Han sabido destrozar todo nuestro hábitat y a esos capitalinos no les hemos interesado nunca. Nos han arrebatado todo, incluso han pretendido acabar con nuestra idiosincrasia haciendo suyo lo que siempre fue nuestro. Nunca quisieron otra luz más allá de la suya y la están consiguiendo apagar, por cierto, con mucho acierto. Políticos y empresarios locales de esta Comarca del Campo de Cartagena ciegos y obedeciendo consignas que no son las suyas. Ciudadanos y colectivos adormecidos y engañados incapaces de reaccionar ante una situación tan caótica como  predecible. Un conjunto de elementos diversos ya desarmados y complacientes con su propia extinción. Así de claro lo han de tener y, si no, miren a su alrededor y me cuentan qué es lo que ven y qué futuro nos espera.

Aquí lo único que crece y prospera es un término municipal, los demás, los otros 44, lo alimentamos, cada uno perdiendo en su justa medida o más y en favor de ese monstruo que todo lo engulle y devora.

El Mar Menor es la última parcela que quedaba de la Comarca Natural del Campo de Cartagena objeto del pillaje y desmantelamiento de sus valores y recursos naturales, de los que toda la zona han estado sometidos, con el único objetivo de empobrecer a todas sus poblaciones y habitantes. Una de las tácticas más empleadas en el Medievo para ganar batallas consistía en el asedio. Se sitiaba el castillo impidiendo la entrada de víveres y recursos y una vez que fueran agotados los almacenados en su interior, solo quedaba la rendición del mismo. Algunos sitiados pedían y rogaban clemencia pero de nada les servía porque, la más de las veces, eran pasados por la piedra. Solo los más valientes optaban por auto inmolarse en sus recintos, dando, por lo menos, algo de dignidad al tema y pasar a formar parte de la historia.

Entiéndanlo así, esta milenaria comarca ha sido como uno de esos castillos sitiados, la han despojado de todos sus valores y hoy los recursos están agotados y muchos ya hicieron las maletas y otros las van a hacer muy pronto. Así de duro y de crudo.

Dicen que “Todos amamos el Mar Menor” pero es mentira, cuando algo o alguien es querido se le cuida y hasta se le mima. Pero vista la realidad, el título es para quedar bien y para que nos auto conformemos con la pérdida de la gran joya de este enclave moribundo, con la última que nos quedaba.

En resumen, para mí, Cartagena y su Comarca han sido objeto de tres elementos claros:

1.- Acción: PILLAJE (Robo o saqueo realizado con violencia aprovechando un descuido o la falta de defensa, especialmente el llevado a cabo de forma colectiva)

2.- Reacción: NINGUNA

3.- Repercusión: DESOLACIÓN (1.- Sensación de hundimiento o vacío provocada por una angustia, dolor o tristeza grandes 2.- Ruina y destrucción completa de un edificio, un territorio, etc., de manera que no quede nada en pie)

¡Viva Murcia, su autonosuya y sus 38 años de saqueo todo poderoso!

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