Pueblos cercanos al nuestro supieron sacudirse de aquellos
viejos sistemas, políticos y económicos, que los mantenían esclavizados. Llegado
su momento de indignación y hartazgo, no tuvieron otra que iniciar las
revoluciones más o menos sangrientas y cortaron, incluso, las cabezas más
insignes de sus condados, baronías, marquesados y reinos. Fueron esos pueblos
los que ganaron y los que, gracias a su valentía y firmeza, hoy, mantienen unos
niveles de libertad, de riqueza y de igualdad sociales envidiables, además de
un sentimiento de dignidad y de honorabilidad de su sentimiento nacional, que
apreciamos en las inmediatas dimisiones de sus políticos, banqueros y
empresarios, a la más mínima falta y que demuestran así, el mayor de los
respetos hacía la ciudadanía, hacia la sociedad de la que no son dueños y de la
que sí han obtenido lo que son. Supusieron aquellas revoluciones la ruptura con
los viejos modelos del medievo y el nacimiento de los nuevos, donde un hombre
nuevo, más libre y formado tomaba las riendas de su destino.
Mientras, aquí en España, la cosa siempre fue bien distinta:
Las revoluciones que se intentaron fracasaron y en vez de ganarlas el pueblo,
las ganaba siempre la oligarquía o la conjunción, que es lo mismo, de la
iglesia católica, militares, reyes, terratenientes, banqueros y grandes
empresas. Así que el pueblo español, en cada una de esas intentonas lo único
que conseguía era que lo jodieran bastante más que la vez anterior y, además, en
cada una de sus viles victorias, le inoculaban una mayor dosis de miedos y
terrores, gracias a las represalias que tomaban con aquellos que perdían. No
les bastaba con haber ganado, seguían asesinando tras la impunidad de su nueva
legalidad, seguían encarcelando y ajusticiando bajo el poder de su indignidad.
Seguían pensando como en los siglos de la Inquisición, donde todo era
supeditado al poder del terror y de la violencia, a la subyugación de una sola
idea maniquea y abominable.
El último intento popular fue la instauración de la II
República. Tentativa que lo fue desde las elecciones democráticas y no desde
las guillotinas de otros lares. Quizás el resultado posterior hubiera sido otro
distinto al que fue, si aquellas cuchillas hubieran funcionado y el miedo
hubiera cambiado de bando. Pero no. Así, aquellos intentos por facilitar la
educación al pueblo, el reparto de las tierras a los trabajadores, el alejamiento
de la religión católica de la vida política y social, no fueron del agrado de
aquella oligarquía que veía en peligro sus status, riquezas y privilegios de
siglos y siglos. De tal forma, que lo que tuvo que ser un saneamiento moderno y
pacífico de las viejas estructuras, se convirtió en un jarabe de palo con sabor
a odio putrefacto y aquellas oligarquías, remisas a cambio alguno que
modificara su situación de preeminencia, dieron el golpe de Estado por las
armas y por la gracia de su dios, dando comienzo, así, al mayor horror que una Nación puede
permitirse: La execrable y deplorable, triste y vergonzosa, indigna e injusta
guerra civil española. Todo, con tal de mantener sus privilegios y riquezas,
sus prerrogativas y boatos, sus ¡Sí señor! Y sus bien diferenciadas clases sociales:
Los ricos y los pobres, cuanto más pobres e ignorantes, mejor.
Y así, continuamos. Pues esta pseudo democracia siempre ha
estado velada por los mismos que posibilitaron aquella guerra civil y sus
cuarenta años de intolerancia y terror y de la imposición de una fe que les
conviene. Ellos, los descendientes de aquellos ganadores fascistas y
retrógrados, siguen teniendo el poder y la fuerza y el valor que la prepotencia
más antisocial y primitiva les anima en el sinsentido. Nunca aprendieron que ya
no pueden seguir anclados en el medievo, ni en el feudalismo. Una sociedad
moderna ha de estar cohesionada e igualada en unos mínimos, dignos y
proporcionados a la riqueza nacional que todos producen y no solo ellos. Hemos
descubierto que en todos estos años han continuado con sus prácticas de saqueo
y repartiéndose sobres y evadiendo nuestro dinero a paraísos fiscales en
cuentas a su nombre. Y ante verse pillados “In fraganti” manipulan la justicia,
que también controlan, a su antojo y sin el menor sonrojo. Mala gente, pues para una democracia real.
Nosotros, en cambio, los desgraciados ciudadanos, ni el
poder, ni la fuerza, ni el valor. Así nos va. Con la estafa de esta crisis, ellos
aumentan sus riquezas mientras nos las arrebatan a nosotros y, las miles de
manifestaciones pacíficas en todas las ciudades del viejo País, se las pasan
por el forro y como no les gusta ni eso, están preparándonos una nueva “ley de
seguridad ciudadana” para que no las hagamos nunca más. E impiden la educación
y la investigación y la libertad de la mujer sobre su cuerpo, y la sanidad
universal y gratuita, y el trabajo. Siguen anclados en lo que a ellos conviene.
Utilizan la mentira como el instrumento más eficaz contra la pasividad e
ignorancia de la mayoría que se deja engañar y que les votan. Manipulan a los
contrarios y a la verdad la disfrazan para su propio y particular interés. Reinstauran
a su iglesia y condecoran a sus vírgenes, mientras disparan balas de goma sobre
seres humanos sumergidos en el agua, en vez de socorrerles y prestarles el
auxilio que requieren. Es su hipocresía. La de siempre. En el último debate
sobre la Nación y el seno de la voluntad popular, mienten sobre la situación
real del conjunto de la ciudadanía. Intentan vender una imagen de mejora cuando
ésta ni está, ni se la espera en muchos años. Ellos, instaurados en la
reinstalación de sus credos e ideologías, piensan que, de repetirlas una y mil
veces las mentiras, se harán verdad. Y eso no es cierto, nada cierto.
Yo, lo que humildemente les pido es que, ante cualquier
proceso electoral:
1º No se dejen engañar.
2º Estudien las propuestas que se les hagan.
3º Sepan quiénes son quienes las cuentan y cuál el interés
que les mueve.
4º Piensen en lo que es mejor para el País y para ustedes
mismos.
5º No se queden en casa cuando hallan votaciones.
6º La abstención solo les conviene a ellos, ellos no fallan
en ninguna.
7º Cualquiera de los dioses son, por esencia, de izquierdas.
8º VOTEN.
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