Viajó lejos para verse con
otros presidentes de grandes y pequeñas naciones a los que previamente les
invitó a participar en ese encuentro del que un nuevo día tendría que amanecer
para este viejo mundo. En la cita, les dijo que era el momento, el lugar y la hora
para cambiar el paradigma que tantos y tantos siglos había estado dirigiendo nuestro
planeta. El lugar elegido por el nuevo presidente fue Alepo. Las cancillerías
no salían de su asombro y todo eran negativas y excusas por la ubicación del
evento, que ese emplazamiento era una locura, que era como sentenciar la muerte
de cada uno de ellos. No entendían nada
y requirieron, no una, sino varias veces, la confirmación por si se
trataba de algún error. No lo había. La reunión sería en Alepo, aunque sería
mucho mejor decir en lo que quedaba de esa ciudad, y cada uno era muy libre de
asistir o no. Así que todos los involucrados en ese conflicto tendrían que tomar las medidas oportunas para
que tal encuentro pudiera tener lugar con todas las garantías de la máxima seguridad.
Disponían de cinco días para
conseguirlo. Una vez digerida la convocatoria todo fue un no parar de
comunicados y órdenes y, al segundo día, cesaron los bombardeos, los cañonazos
y todos los disparos. Una gran calma llenó de un silencio absoluto esa ciudad
masacrada.
Al amanecer del tercer día,
largas filas de camiones avanzaban hacia la ciudad con alimentos y medicinas,
y, lo más importante, con cientos de voluntarios dispuestos para atender a los
miles de personas que, en estado más que crítico, se hallaban presas de una
guerra que ellos no iniciaron y que les fue impuesta. Los cascos azules de la
ONU tomaron la ciudad y todos los combatientes fueron retirados, sin sus armas,
a posiciones alejadas de la localidad. Las gentes, hombres, mujeres, ancianos y
niños perplejos y asombrados no salían de su sorpresa y en sus rostros
polvorientos se abrían paso ríos de lágrimas tras demasiados años de gratuito e
innecesario sufrimiento.
Al cuarto día, ya reposadas
las nubes de polvo y tierra, la luz del
astro rey dejaba ver el dantesco espectáculo de una ciudad arrasada y sumida en
el silencio profundo que solo el mayor de los terrores es capaz de imponer.
Habían transcurrido seis años de una guerra sin sentido y que, como todas, solo
había servido para el incruento sacrificio de miles y miles de vidas humanas
únicas, incomparables e irrepetibles.
Los supervivientes salían de
entre las ruinas y de aquellos escondrijos que les habían servido de refugios,
con sus cuerpos sucios, famélicos, infectos, heridos y con sus rostros
demacrados y enjutos. Se acercaban ávidos a los puestos desplegados para
socorrerles, adelantando sus brazos y manos con la esperanza de alcanzar agua y
alimento.
En la novena hora del quinto
día, el nuevo presidente agradeció la asistencia y la valentía de aquellos que
optaron a comparecer a su cita.
Les dijo que ya no era
admisible continuar con tanto sacrificio y tanta calamidad, que todos los seres
humanos tenían el mismo derecho para ser felices y dejar de estar esclavizados
por una serie de dogmas antiguos y por una retahíla de falaces engaños y de no
sabemos qué intereses económicos, financieros y demoníacos. Que el conocimiento
alcanzado permitía el desarrollo de nuevas tecnologías para que la energía
fuera abundante, limpia y gratuita. Que los recursos son suficientes para todos,
siempre que seamos consecuentes y coherentes y no antepongamos los viejos provechos
por encima de la nueva voluntad mundial que él pretende instaurar junto con
ellos. Se imponía acabar con toda obsolescencia programada y con el despilfarro
de los recursos naturales.
También les dijo que no
quería ver en los informativos de todas las cadenas televisivas y de la prensa
mundial más imágenes de bombardeos, ni de explosiones que destruyen y acaban
con millones de seres humanos sin sentido alguno. Que por su parte había dado
las oportunas y categóricas órdenes para cerrar toda la industria
armamentística y replegar todas sus tropas de las bases en los países aliados.
Que sus fuerzas armadas están siendo disueltas y que en la Nación que él
preside ya no se estudiarán más las estrategias de guerra ni los complots
económicos ni las conspiraciones políticas para forzar la voluntad de otros. Él
ya ha dado ese paso y espera que sus homólogos hagan lo mismo.
Que es la hora de encerrar
en museos del horror toda esta infernal parafernalia de matar por matar, para que
queden las pruebas de lo que fuimos y para que nuevas generaciones eviten la
reproducción de tales calamidades inútiles y de tantos crímenes en masa que
desprecian lo más sagrado que nos fue dado: LA VIDA.
Les ha recordado lo
infructuoso que han sido siempre tales actuaciones, cuando se consideran las
pérdidas de vidas y no solo la ganancia económica de tal o cual acción. Que las
relaciones entre unos y otros países, entre unos y otros continentes, no han de
estar basadas en la fuerza de las armas, sino en la colaboración y en el
intercambio mutuo, sin imposiciones leoninas, ni estrangulamientos de los uno a
los otros por intencionadas y falsas razones.
Que es el momento y la hora
de olvidar el chantaje, el engaño y el uso de la fuerza como los únicos modos
de relacionarnos. Que la solidaridad y la generosidad nos harán más
transcendentes y poderosos en nuestra nueva aventura. Pues, como una especie
verdaderamente inteligente y poseedora de los mejores y más altos sentimientos,
otros han de ser los retos. Hemos de olvidar la ignominia de estar matándonos
los unos a los otros.
Que es ya el tiempo para
dignificar nuestro espíritu y hacernos dignos del nombre de nuestra raza:
HUMANOS.
Les ha comentado que
nuestros avances han estado lastrados por la vergüenza de sus métodos y por el
camino equivocado al que eran dirigidos. Que nuestro atraso en todos los campos
del saber se debe solo a un primitivismo alentado desde mentes maquiavélicas
que han de ser retirados de todo centro de decisión. ¡Que ya está bien! El
interés ha de cambiar su significado actual y su parcial sin-sentido. El objetivo
no ha de ser otro que el salvaguardar la vida de cada uno de nosotros esté
donde esté y de todo aquello que nos rodea, pues es imposible olvidar que esta
tierra y todo cuanto en ella es, no son
más que el origen y el sustento de nuestra propia existencia como especie.
Entre todos podremos reconducir estos caminos desconectados de la felicidad e
iniciar la dignificación de este planeta y de todos los seres vivos que en él
cohabitan. Olvidemos los PIB (Producto Interior Bruto) y centrémonos en los FIB (Felicidad Interior Bruta) de todos los ciudadanos de nuestras
naciones. Esa y no otra ha de ser nuestra riqueza y nuestra única meta. A eso
os invito, a eso os reto.
Sobre la mesa no había
documento ni protocolo alguno para firmar. Su firma consistió en levantarse de
su silla y dar un abrazo a cada uno de sus interlocutores. Un abrazo sincero,
profundo y lleno de esperanzas para este futuro que hoy recién empieza, con el
final de la que ha de ser la última guerra entre humanos.
Tiempo para dejar todo acto de barbarie, aislarla
y olvidarla. Tiempo para comenzar una verdadera Edad de Oro de la Humanidad…
…Tiempo para fijarnos en las
estrellas.
¿Habrá algún día un nuevo
presidente como este?