jueves, 14 de febrero de 2013

DEL SOCIALISMO NATURAL AL CAPITALISMO ARTIFICIAL Y DEMONÍACO


Cuando nacemos lo único que traemos con nosotros es a nosotros mismos. Nada nos acompaña, sólo un cuerpo, una mente, un espíritu. Alguien nos ha de cuidar, dar de comer, asearnos y vigilar para que nuestra precaria salud no sea atacada por tantos y tantos enemigos acechando en nuestro alrededor. Alguien, que durante años, más de los necesarios en cualquiera otra especie animal, tendrá que dedicar gran parte de su tiempo y de sus energías en nuestro cuidado. Y lo hace gratis porque nunca una madre, a un hijo, le ha pedido algo a cambio. Lo hará mientras su vida se lo permita, es su hijo.

Es el primer socialismo que conozco. Madre e hijo son sociales, son socialistas por naturaleza. Nada es privativo de cualquiera de ellos. Más tarde ese hijo comienza a recibir las influencias de lo externo, de todo aquello que ha sido contaminado por el egoísmo y por la avaricia, por los demonios. Por un Dios artificial y creado como respuesta a la codicia de unos pocos malvados que sólo creen en acaparar, en privatizar los bienes comunes a todo humano, bajo ideologías justificativas de prácticas contranaturales. No es otra cosa el capitalismo. Engendro antinatura alimentado por demonios. Rompiendo los lazos con nuestra Madre Tierra.

Este planeta, donde todos nacemos y que es nuestra casa,  no puede pertenecer a nadie. Todo cuanto en él existe es de todos. Nadie, absolutamente nadie, tiene prerrogativa alguna en este sentido. Y, sin embargo, las tienen. Nos las privatizaron, nos las fueron robando los demonios.

Pronto empezamos a utilizar la violencia para apoderarnos de aquello que no tenemos y queremos. Caín mató a Abel. Y los demonios descienden para desarrollar el ansia de Caín, imponerla, educarnos en ella. Y nos llenan de temores y miedos, de leyes y más leyes a cumplir sólo por nosotros y para su exclusivo beneficio. Injusticias basadas en el desconocimiento impuesto por los caínitas, en la manipulación de la verdad, en su ocultamiento. ¡Demonios inmundos!

La socialización natural del individuo ha sido rota, nos crean falsos ídolos para alcanzar una felicidad que nunca llega. Hasta becerros de oro construyen. El vínculo natural del hombre, del ser humano con su entorno y con su bondad fue roto, ultrajado, sustraído.

Veamos un ejemplo: El agua es un bien de la naturaleza. Todo ser viviente la necesita para su supervivencia. El agua, como la sangre, no se puede fabricar. Es escasa. La tenemos en nuestras casas (Los que hemos tenido la suerte de ello), tuberías, bombas de impulsión, válvulas, depuradoras, zanjas para su conducción, etc., etc. Llegan los demonios y creen que es posible convertir el agua en un negocio. Adaptan las leyes a sus intereses, justifican lo injustificable y obtienen los beneficios que a ellos enriquecen con algo que no les pertenece. Se apoderan de algo que no es suyo. Que tener el agua en casa tiene un coste, ¡De acuerdo! Que hay que pagarlo, ¡De acuerdo! Pero de ahí a que obtengan beneficios va un largo trecho que no deberíamos de pagar. Y ¿Qué sucede con quien no la pueda pagar? ¿No tiene derecho a vivir? ¿De quién es el agua? ¿No nos pertenece a todos? ¿No es un regalo más de la propia Naturaleza? El agua no es un refresco optativo. Si consumes más, pagas más; si consumes menos, también (Que los beneficios nunca han de bajar, si no subir) Además adulteran el agua con sustancias que no le son propias. Pronto nos cobraran por el aire que respiramos, ¿Por qué no? ¿No lo están fumigando con los chemtrails? O ¿Es que no es para mejorar su calidad, si no todo lo contrario? Quizás sea que 7 mil millones de seres humanos seamos los causantes del calentamiento global y haya que reducirlos, como ya hicieron con las vacas y sus ventosidades. El ejemplo de privatizar el agua es válido para absolutamente todo lo demás. Porque todo lo demás ya estaba aquí desde el comienzo. Sólo transformamos las cosas que ya son, no las creamos. Eso no debe ser suficiente para su privatización. Todo estaba aquí antes y el esfuerzo para esa transformación de la materia prima en nuevos materiales nunca es un esfuerzo individual ni privativo de nadie en concreto. Ha sido necesaria la intervención de muchos seres humanos y de mucho tiempo para conseguir esas transformaciones. Algo que no es natural, el dinero, es el instrumento del cual se han servido los demonios para privatizar lo que nos corresponde a todos, a todos sin excepción. Y encontraron la fórmula de esclavizarnos con sus intereses y con sus deudas. Todo artificial, todo creado por unos pocos inmundos demonios.

El avance humano, su progreso y evolución no es sólo para unos pocos. ¿De qué inmensos logros seríamos capaces de conseguir de no estar esclavizados a una moneda? ¿De qué inimaginables progresos si nuestra educación, desde niños, no fuera la que es? Sin dioses artificiales, sin demonios, ni miedos agregados a nuestras propias limitaciones físicas. Jamás han permitido que alcancemos la mayoría de edad, no nos quieren sabios. Se les acabaría la servidumbre, se les acabaría el poder. ¡Libertad!

Veamos el caso de nuestro País:
·        Un sistema falsamente llamado democrático (Sólo se vota cada 4 años, el resto a callar)
·        Una continuación del sistema dictatorial anterior donde el robo y la expoliación de los bienes comunes ahora, se disimulan, pero les continúa facilitando la substracción a la mayoría de las mismas riquezas o más que entonces.
·        Desde la Institución más alta a la más baja. Todos han estado esquilmando al pueblo.
·        Privatizaron las grandes empresas para que éstas pudieran saquear al gusto.
·        Salarios y pensiones más bajos.
·        Derechos que se pierden mediante Reales Decretos.
·        Además, ceden nuestra soberanía a otras instancias que lo único que hacen es esquilmarnos por otro lado.
·        Lo único que nos quedaba, la sanidad, la educación y la dependencia en clara retirada. Privatizando.
·        Nos retiran el trabajo.
·        Nuestros hijos se marchan.
·        Nos quitan nuestras casas.
·        ¿Qué nos queda?
·        Nos estamos suicidando.

Esto sólo es una mínima parte del resultado del capitalismo, del libre mercado, de la libre competencia, de la libertad de empresa. El mercado se regula solo, la oferta y la demanda. ¡Demonios inmundos!

¿Dónde quedó el ser humano? ¿Dónde queda el hombre? ¿No ha de ser la Humanidad entera la que se beneficie? Para este sistema sólo somos instrumentos para su riqueza, instrumentos de usar y tirar cuando a ellos les convenga.

Este sistema demoníaco es el que hay que cambiar de arriba a bajo. Limitar la riqueza. Instaurar una renta básica y suficiente para que todo ser humano pueda vivir sin tener que pedir limosna. Garantizar su curación, al margen de los intereses lucrativos de las farmacéuticas. Garantizar su educación libre y sin tapujos ni cortapisas, sin tabúes. Liberalizar la energía limpia y gratuita.

Decía Confucio: “En un País bien gobernado, la pobreza es motivo de vergüenza. Pero en una País mal gobernado, el motivo de vergüenza es la riqueza” Recuperemos nuestro derecho al buen gobierno.

Descubrir, destapar a los demonios y expulsarlos. Esa ha de ser nuestra única meta. Es la única forma de que recuperemos lo que, por Naturaleza, nos pertenece. Este mundo no es de ellos, es nuestro. Y tenemos que exigirlo.

¡Basta ya de riquezas inservibles, basta ya de obsolescencias programadas, basta ya de privatización de los bienes, basta ya de privilegios para unos pocos!

El verdadero Creador no hubiera derrochado tanta maravilla y tantos recursos para que sólo unos pocos sean los llamados a su disfrute.

¡Acabemos con este demoníaco sistema o él acabará con nosotros! Así de sencillo, así de claro.

Quizás el abandono del Papado por Benedicto XVI se deba más a su impotencia de acabar con los demonios del propio Vaticano. ¡Ahí os quedáis, que para los cuatro días que me quedan, yo me voy a estar en paz!

Quizás, también, la última guerra de este mundo acabe de empezar y no seamos del todo conscientes.

Roma se hundirá.

¿Acabaremos nosotros con los demonios o serán ellos los que acaben con nosotros una vez más? Es decisión nuestra.

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