Desde pequeños, nuestras madres –que siempre fueron ellas las más preocupadas por nuestra educación- nos insistían un montón en que eligiéramos muy bien a nuestros acompañantes: Que nuestras compañías podían hacernos mucho bien y también mucho mal, que supiéramos quién o quiénes nos beneficiaban y nos cuidáramos de las malas compañías. Que era muy importante para nuestro futuro y para ser personas, simplemente, buenas (No confundir con tontas). O aprenderíamos cosas malas que nos llevarían al infierno. Ese era y no otro el dilema: El Bien o El Mal.
No me cabe duda de que yo intenté siempre ir bien acompañado, aunque en
algunas ocasiones de mi vida, erré de lleno y pagué también por ello. Los
demonios saben y conocen de buenos disfraces y los utilizan para ganarse tu
cara confianza y que, en el momento más adecuado para ellos, usan en tu contra.
No tienen reparo alguno en traicionarte, si con ello, ganan un poco más en su
ambición de ser un poco más demonio. Su mezquindad y codicia colaboran juntas
en alcanzar ese objetivo. ¡Allá ellos con sus hazañas y victorias!
Sucede que mientras unos hemos estado luchando por encontrar esas
buenas compañías, otros, de lo único que se han preocupado es de buscar
precisamente a las peores. Porque también hay grados en la maldad. El
refinamiento de la maldad es embaucador y pocos son los que se retraen ante él.
Sucumben ante la opulencia del mal, porque el mal es, también, opulento. No es
una escalera fácil y cada peldaño del mal ha de ser escalado con mucho esfuerzo
y tesón. Es muy fácil alcanzar los primeros escalones, pues son dispuestos a
tus píes, como si de una alfombra mullida y roja se tratara y aquellos que los
suben, lo hacen sin ser conscientes de que una vez los pisas, es imposible el
retorno.
En el transcurso de ese ascenso hacia el mal más puro, van adquiriendo,
por cada peldaño escalado, un poco más de poder. La vanidad y la autocomplacencia
se enaltecen y se van creyendo ser un poco más divino. Están por encima del
resto de esa masa que han dejado atrás y con la que, cada vez menos, se sienten
unidos. Es el camino elegido libremente y no hay vuelta. Quizás, incluso, no
haya ni justicia terrenal que les alcance y se sientan crecer más, subir unos
peldaños hacia lo más oprobio.
Lo peor es cuando esos demonios se unen y sueltan aquello de: ¡Qué se
jodan! Que es lo mismo que decir que se mueran. Y así hacen las políticas que
hacen, políticas que sólo les benefician a ellos y a los otros demonios que son
como ellos. Mienten más que hablan, de sus bocas y lenguas viperinas jamás
saldrá verdad alguna porque, no olvidemos, son demonios en ascenso. Entre ellos
se justifican, se esconden e intentan la salvación que jamás tendrán por más
eones que pasen. Nunca verán la luz a la que ellos mismos se negaron. Porque la
Justicia no es esta que nos hemos dado bajo los demonios. Hay una Justicia más
Soberana que ninguna sombra puede ocultar y que siempre llega, tarde lo que
tarde y sea donde sea.
Los que siempre nos jodemos, o mejor, a los que siempre nos joden debemos
ser más exquisitos a la hora de elegir a nuestras compañías. Esa ha de ser
nuestra preparación, saber distinguir qué compañías nos merecen o no la
confianza. Dejar solos a los demonios para que entre ellos se jueguen su grado
de maldad. Desenmascararlos no es tarea fácil, porque además de su gran número,
utilizan la falsa palabra y el encantamiento como elixires de nuestra
confusión.
Entre las compañías siempre suele haber un buen amigo que, en
determinados momentos, aparece y nos hace ver nuestra equivocación con tal o
cual postura, con tal o cual compañía. A veces, le hacemos caso y otras lo
ignoramos. Es nuestra libre decisión.
La cantidad de demonios en este mundo ya se hace insoportable e incluso
hace inviable la pervivencia de nuestra propia especie. ¿Será el momento
determinado en que “Ese amigo” aparezca de nuevo? Eso espero porque, no es por
nada, pero entre unos y otros nunca llegamos a aprender bien la lección y
siempre andamos repitiendo la asignatura de LA VIDA.
Y no tiene que ser tan difícil si elimináramos a tanto demonio suelto
que anda por aquí haciéndonos imposible nuestra obligación de VIVIR. Aunque sea
con la ayuda de ese amigo que siempre está, que nunca nos abandona y que bien
conoce a todos.
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