miércoles, 28 de abril de 2010

MUERTOS EN VIDA

Qué duda cabe que la guerra civil española fue un gravísimo error. Error que, a pesar del tiempo transcurrido, 73 años, aún colean sus consecuencias. Al pueblo soberano y, por la fuerza de las armas, se le arrebató su dignidad y honor. Los golpistas no se conformaron con la guerra, (en la que todo puede valer, si se carece de esa dignidad y honor); ya que tras la contienda civil, los perdedores tuvieron que exiliarse (sabían que las represalias podrían acabar con lo que no pudo hacer la guerra) y los que no pudieron salir, sufrieron la “Muerte en Vida”.

Los ganadores, por el hecho de serlo, y teniendo dignidad y honor debieron practicar generosidad y benevolencia con los perdedores. Aquí, desde el principio, no tuvieron ni lo uno ni lo otro. Siguieron ejercitando la caza de brujas (no era una guerra normal, era una Cruzada Cristiana, y eran bendecidos por Dios), se regocijaban con el perdedor, para ellos sólo eran perros y además infieles. Arrebataron propiedades y dineros, con consentimiento y sin él. Además cerraron las bocas y pretendían cerrar hasta las mentes. La libertad sólo era para ellos.

Qué tendrán que esconder para que se pongan tan nerviosos cuando, un juez que ha intentado que los familiares y sus muertos encuentren algo de dignidad, lo hayan llevado ante la justicia.

Hasta la muerte del general, por la gracia de Dios, en 1975, sufrimos 36 años de dictadura, más los 3 de guerra. Con el resultado de las elecciones del 15 de junio de 1977 y viendo los resultados de la misma (46,65% partidos de izquierda y 45,49% de la derecha), que no todo estaba atado y bien atado, se apresuraron a aprobar una ley de amnistía que, con el pretexto de liberar a todos aquellos que durante la dictadura lucharon por las libertades y dignidades de las personas, se auto-amnistiaban ellos de sus atrocidades en la guerra y tras ella. Esta ley se firmó el 15 de octubre de 1977, antes de la disolución de las Cortes fascistas, antes de la constitución de las Cortes democráticas y antes de nuestra Constitución, ratificada por el pueblo español en referéndum de 6 de diciembre de 1978.

La verdadera intención de este artículo y, de ahí su título, es rendir homenaje a mi padre y también a todos aquellos que como él, murieron en vida. Porque, esta fue, otra de las formas de sufrimiento que miles de perdedores tuvieron que soportar toda su vida.

Mi padre nació en 1917, un mes de mayo. Con 4 años inició estudios de solfeo y posteriormente de violín. A los 19 se encontró con un levantamiento militar en contra del poder democráticamente establecido. Se alistó en las milicias para su defensa. A los 21 años fue ascendido, por sus méritos y por sus superiores, al empleo de teniente de infantería. Estuvo en Teruel. Fue herido de guerra. Al terminar la contienda fraticida fue encarcelado y sometido a un consejo de guerra, le pedían la pena de muerte. Tuvo “suerte”, lo condenaron a tres años de cárcel (Lérida). Tras la cárcel, tuvo que hacer cuatro años de servicio militar. Ya le habían robado 11 años de su vida, quizás los mejores. Tras su licenciamiento y, gracias a sus amigos de la niñez, encontró trabajo en una gran industria nacional. Lo contrataron de peón y de peón se jubiló, a pesar de que le sobraban capacidades para desempeñar otras tareas de mayor responsabilidad. Al entrar le dijeron que no fumara y que no robara. Ni fumo, ni robó. También es verdad que trabajar, trabajó poco. Al terminar su jornada y antes de ir a casa gustaba de echarse unas partidas al dominó y siempre tenía de contrincante al médico del pueblo. Al que, de alguna manera, chantajeaba: “le dejo ganar si me da usted la baja”. Y se la daba. Recuerdo que en varias ocasiones el motivo de la baja era la rodilla de la pierna izquierda, la de la derecha era la que le permitía arrancar su moto BSA. Siempre se llevaba unos tochos de crucigramas al trabajo e incluso novelas del oeste. Al principio le dijeron, en la empresa, que tenía que hacer unos retiros espirituales. No se doblegó y nunca los hizo. Otros sí lo hicieron y, con su cabeza bien alta, los veía pasar. Siempre fue un hombre de pocas palabras. Para ir a su trabajo de peón, iba con chaqueta y corbata. Su dignidad y honor eran altos. Todos lo respetaban. Me contó que cuando la II guerra mundial acabó, con la victoria de los aliados, él tuvo esperanzas de que acabarían con el régimen fascista. Se equivocó y, su última esperanza, de desvaneció. Raramente se le veía reír. No era hombre de sentimientos, fuera que se los robaron. Fue Muerto en Vida, como muchos.

Un pueblo que desconoce su historia está condenado a repetirla. Y nos guste o no, queremos saber qué ocurrió en todos esos años. Y hacer justicia con los muertos y con los vivos. Y cerrar con lacre tanta ignominia. Y avergonzarnos de nuestras miserias y no repetirlas. Y si hoy tenemos asentada nuestra democracia, con sus defectos y virtudes, hágase la justicia pendiente que tiene este país. Sólo así seremos libres para alcanzar una auténtica comunión entre los españoles. Libres de pesadas losas de nuestra Historia. Sanados de mentiras y rencores. Sólo entonces podremos afrontar el futuro. Hagámoslo con dignidad. Y es gracia que espero. Y que cada palo aguante su vela.

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