jueves, 13 de septiembre de 2012

LA MÚSICA, LA MAGIA, EL SILENCIO… LOS NIÑOS NUESTRA SOLEDAD Y ABANDONO


La música es como la magia, de la nada más absoluta, sus notas reordenan nuestro espíritu y la grandeza de nuestro interior más íntimo se manifiesta en todo su esplendor. Hasta nuestra respiración adquiere otro ritmo distinto y diferente e incluso los pelos de nuestros brazos se alzan ante tanta majestuosidad, reconociéndole, de tal manera, su poder. Esas notas que se elevan jugando con los silencios, nos arrancan y arrojan fuera nuestras miserias y bajezas. Alcanzamos otros estados de sensibilidad donde la paz y la armonía prevalecen por encima de los pensamientos insustanciales y vanos. Suenan los violines, y a lo lejos retumban los tambores y las flautas endulzan la atmósfera, un solo violín pausado y, a través de los huecos del sonido, se impone, poco a poco y del mismo silencio, las voces. Miles y miles de millones de voces masculinas y femeninas. Clamores al éter que nos rodea en este Universo. Las mágicas resonancias confluyen y todas las cuerdas del infinito se reúnen en el baile milenario de una humanidad que se siente perdida y sin rumbo. Y a pesar de ello, la música que no cesa y ni cesará nunca. Es una necesidad más allá de lo humano. ¡VIBRAR!

¡VIVIR! Por que la vida también es magia. Como cuando vemos y oímos a un niño reír. ¡Qué música tan bella es esa! Ver y oír a un niño reír. Y unirnos a la música de su risa. ¡Sentirnos felices!

Y uno repara en que se hace cada vez más difícil escuchar a los niños reír. ¿No ríen los niños de hoy? ¿Qué nos está pasando? Si esas risas se apagan, qué nos quedará. Las trompetas entran en acción y tras unos segundos, los mágicos de los mágicos, los violines, entran en tromba alzando a lo más alto las notas que parecen quedarse en un eterno movimiento. Lo sublime nunca dura lo suficiente y cuando parece que lo alcanzas, se acaba.

Con unas campanadas la música vuelve a renacer con su llamada y las trompas y los violines empujan con una fuerza decidida hasta que las notas más graves toman el espacio. Parecen romper los cielos y todo aquello que se interponga en su elevado ascenso. Miles de millones de orquestas tocan al unísono con la mayor fuerza jamás oída. Miles de orquestas, miles y miles de millones de instrumentos tocando juntos y nuestra casa, nuestro planeta Tierra, actuando como el mayor altavoz posible. Como una gran interferencia constructiva. Las voces de millares de millones y de todos los millones de humanos que se elevan por encima de los acordes y de todas las formas de esclavitud. Elevan su canto de angustia por un mundo que no desean y de esperanza por un mundo de paz y de belleza, donde los niños rían y rían. Sus voces gritan con toda su fuerza por si hay alguien que les escuche en cualquiera de los confines de este Cosmos y quiera ayudarles. Todos ellos creen que no ha de ser muy difícil vivir en armonía y en equilibrio. Alguien que pueda ayudarles a acabar con tanta maldad y tanto egoísmo y tanta mentira. A vivir sin dinero, a reencontrarnos con el Espíritu. Los oboes, los fagots, los timbales, las trompas y el piano que recoge la soledad del tumulto gozoso. ¡Música!

Los sones se van alejando y sólo el retumbar de los tambores se dejan percibir en una lenta lejanía. El silencio va ganando terreno y ni siquiera el canto de las aves se atreve a romperlo, ¡Es el silencio! El silencio tras la magia de esos acordes que sólo la música es capaz de crear. Ese silencio también repleto de la misma magia y que aguarda la respuesta a tantas preguntas, a tantas y tantas inequidades injustas, a tanta indignación innecesaria y a tanta sangre inocente.

¿Qué eso que se oye a lo lejos? Parecen risas de niños. ¡Si, son risas de niños!

Quizás sean la respuesta a nuestra soledad y abandono.


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